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Nostalgia y contrariedad del 78



Se encuentran a menudo en el mismo bar, desde hace mucho tiempo. Les gusta sentarse al fondo, frente por frente, en dos hileras, entre mesas pequeñas unidas en número según los que acuden a la cita. 


La camarera, que es también patrona junto a su hombre, que rige la barra, los acomoda cerca de la cocina y los aseos, en un espacio tranquilo, lejos de las charlas de otros clientes del local.


Se conocen bien, no en balde han compartido años profesionales que, por su extensión, han derivado en una amistad de calidad, de la buena. El grupo es de un perfil variopinto, hay de todo, hombres y mujeres, bien formados e instruidos y de moral muy solvente.


Esta gente sabe de lo que habla y suele opinar con conocimiento de causa, difícilmente yerran en sus reflexiones, agudas, crudas o felices, siempre aderezadas de respeto y objetividad. No ahorran alabanzas o críticas y muestran precisa consideración si conviene.


Su historia personal y su currículo profesional está apelmazado de experiencias tenidas que les gusta recordar. La vida familiar es con frecuencia referencia de satisfacción compartida y, menos alguna disfunción venial moderna, todos presumen de un orden preciso.


Son mayores que, sin excepción, reprochan el edadismo y se muestran dispuestos a demostrar que conservan, y renuevan, aptitudes que pueden sorprender verdaderamente. Opiniones, consejos o, sencillamente, revelaciones que encandilan.


Y en estos días, aciagos según el grupo, se conduelen de sentir un algo, un malestar de la memoria que constriñe sus bondades, según coinciden, pareciéndoles que se están alejando de aquella nueva convivencia alcanzada, que sintieron hace nueve lustros.


Se cuentan haberse ilusionado con poder vivir en democracia, disponer de una ley de leyes que supusiera el garantizado goce de una libertad amplia y huir del espantajo de cualquier dominio de la voluntad de las personas y de sus propiedades.


Aplaudieron la llegada de la competencia del comercio sin la sombra del monopolio, de los desplazamientos sin trabas más allá de un pasaporte internacional, del necesario abrigo sindical, de la práctica íntegra de su capacidad de elegir, del respeto por su dignidad completa y por la ocasión de ser referencia política cierta.


Reconocen todos haber disfrutado a chorro, con renovación cotidiana de una dicha irrenunciable y del placer de saberse envidiados por otros pueblos. Creyeron, por fin, en la certeza de un sueño. Valía la pena haber esperado. Los abrazos tenían sentido.


Uno de los mayores, que explica siempre haberse criado con leche en polvo de los americanos, le cuenta al de su lado, quien lleva en su cartera una foto de colegio vestido con una bata de mil rayas, que en su cole, de niño “a otros que se portaban mal, don Antonio les daba con la regla en la palma , pero yo me escabullí siempre”. 


Qué cosas contáis, se oye desde unas sillas a la derecha, dejarlo para eso tan agrio que dicen llamar “memoria democrática”. Fijaros mejor en que ahora os quitan la quinta parte de aumento de la pensión por el efecto que supone de más IRPF. Y salta la chispa a coro: ¡Como todo, te dan para quitarte y lo reparten sin provecho! 


Otro se apunta y comenta: Venga hablar de progreso social y ganan unos y se empobrecen los más. Nos prometen arroz con leche de postre y nos clavan con el precio del aceite. Cada vez más funcionarios y a cambio más listas de espera. Sacan leyes para todo y crece la injusticia. ¿Y qué decir de las componendas políticas, para gobernar ayuntamientos, comunidades y la nación?


¡Cuidadín, pues! claman bastantes, proclamando: que cambien ya de opinión certeramente y en equidad, en lugar de rebuscar entre zarzas ya segadas y prometer mejorías mentirosas, que recompongan lo maltratado que nos dimos, corrijan diferencias ultrajantes, apoyen el desarrollo verdadero y protejan esfuerzos y méritos. 


¡Va por Uds. Señorías, huyan de canonjías, respeten probados consensos y entierren partidismos, o váyanse a casa, llevándose los ismos y su lenguaje inclusivo, pero déjennos en paz con lo puesto!









  


Comentarios

  1. Sí, Joaquín, todos conocemos el bar donde nos reunimos algunos días los jubilados para desayunar y, más que "hacer política", despacharnos a gusto sobre los problemas que vemos en nuestro país, a los que muchos contribuyen a inflamar y pocos a buscar soluciones.
    Los problemas si no se solucionan, se engrandecen, si no se dialoga no hay acuerdo, si no se halla un punto de inflexión para la entente entre dos planteamientos opuestos, es imposible una solución pactada.
    Por desgracia, estamos viendo el resurgir del totalitarismo que empujó el mundo a la segunda Guerra Mundial, con más de 60 milllones de muertes. La imitación y el seguidismo hacia las doctrinas "trumpistas" que arrastran a millones de estadounidenses hasta el paroxismo, copiado por otros estados del mundo occidental a los que se suponía una actuación más centrada, colaboran a la inestabilidad de la política mundial, junto al debilitamiento de los partidos políticos, que priman sus intereses internos sobre el de los países que gobiernan.
    Seguramente, los que compartimos "peña" en el bar no pensamos de la misma manera, ni cada año, cuando nos contamos, ya no somos los mismos. Pero ojalá nuestros gobiernos tuvieran la misma voluntad que nosotros para llevar la barca a buen puerto.
    Un abrazo.

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  2. Como siempre extraordinario.Calcas la actualidad presente.Enhorabuena

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  3. Buenos días, Joaquin,
    Un buen tema, tocado con mucha nostalgia y acierto.
    Hay que reconocer que, transcurridos más de 40 años desde 1978, se ha mejorado en muchos aspectos, especialmente el tecnologico y el sanitario; pero si algo noto a faltar, dejando a un lado la perdida de ilusión política, es la perdida de humanidad. Lo que no tiene valor material no sirve. Un abrazo. Josep O.

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  4. 1978... este sábado día 3 de febrero cumplo 46 años... así que no puede haber nadie que se sienta más 'identificada' con este artículo que yo... jejeje. Sonrío al pensar que el autor ha pensado en ese año; echo la vista atrás y me invade la nostalgia al recordar momentos de mi niñez, infancia, adolescencia y juventud, pues ahora estoy en plena edad madura. Y aún sintio mayor emoción al darme cuenta de que el origen de las cosas, el porqué nos movíamos al hacer algo o con qué lo afrontábamos, radicaba en los valores. Aquellos con los que fuimos educados... y que algunos seguimos teniendo como el pilar de nuestra conducta, nuestra forma de entender la vida y a los demás. Algo que queda lejano, lamentablemente en estos días, y que tal vez, no, seguro, convendría recuperar. A veces mirar atrás no es sólo para ver aquello que no quieres que se repita, sino para recuperar aquello que se ha perdido y no debería haberse olvidado (no obviado) nunca. Gracias por este artículo, queme ha recordado más a una novela...

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  5. No soy muy partidaria de mirar hacía atrás , pensando que los tiempos pasados fueron mejor que los presentes.
    Pasaron y ya tuvieron su momento de pena o de gloria.
    Vivimos, maduramos y el paso inexorable del tiempo nos marca y marcará el paso.
    Sí ,reconozco que los buenos momentos vividos en la infancia y en nuestra etapa de juventud,nos acompañarán toda la vida y con ello los recuerdos y descubrimientos de esta etapa.
    Forman parte de nuestra particular historia.
    Que grato resulta el reencontrarte con amigos y compañeros de esta etapa, recordar anécdotas, reconocer caras, una fuente inagotable de emociones…
    Lo escribo sin nostalgia.
    Consciente del aquí y ahora , desde la madurez, valorando el enorme privilegio de pertenecer al primer mundo.
    Montse Casas

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