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El valor de la añoranza

Iban en avión, viajando a otra capital de provincia, de escapada, como se dice ahora cuando huyes de tu ciudad para “cambiar de aires” un fin de semana y saborear otras vivencias. La conversación asomó pronto y cursi, como de costumbre, apenas el cruce y manido saludo ¿educado? de contacto, más preventivo que protocolario, para detectar sintonías de una posible entretenible charla.   La fila de tres butacas, ocupadas y así todas las del resto del pasaje. Los ocupantes, más que jóvenes, pero no mayores; quizás una chica menos avanzada y de reciente estreno laboral en otra Comunidad. Los otros dos viajeros, hombre y mujer, ya maduros. La coincidencia, que ninguno de los tres, residentes en el lugar del embarque, era natural de allí sino originarios de tres puntos distintos y alejados entre sí y de distancias no equidistantes. Y la curiosidad, todos podían necesitar de esa ocasión no preparada para desahogar un sentimiento, coloquiar sobre la actualidad de un evento de inquietud social o
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De pura nata y blanco azúcar

          En mis veranos infantiles de golosas meriendas, mi abuela Jacinta solía preparar sobre una cumplida rebanada de pan amasado en casa, una densa capa de nata obtenida del relajo de la leche -pura- de vaca, que ella misma ordeñaba en la cuadra de su casa. El espolvoreo del azúcar -quizás de la remolacha cultivada cerca- abrillantaba el tenue amarillo de aquella bendición de alimento. De tanto en tanto, cada vez más a menudo, se me despiertan   añoranzas, al modo de un resorte parachoques, frente a alguna información presente que me rasga el ánimo. Y con ello, me surge un tipo de título que me resulta fácil asociar a una reflexión de las que gusto en escribir. En esta ocasión será sobre “la puridad”. Por eso, ante tanto despropósito de los quehaceres humanos de nuestros días, que empañan la bondad de tantas otras cosas y acciones que enorgullecen a quienes están por las conductas ordenadas y las misiones realistas, prudentes y bien hechas, me parece oportuno referirme a est

Por esa autoridad que nos debemos

Adentrarse en palabras de la singularidad del vocablo autoridad, además de cierta valentía me exige cierta delimitación desde buen principio, dejando claro que voy a referirme a unas acepciones que excluyen cualquier connotación impositiva respecto del término poder, o las señalaré para desestimarlas.  Deseo tratar la autoridad como una condición relacionada con la legitimidad, el prestigio, la dignidad, las facultades, el ejercicio, y la tradición y costumbres en la búsqueda del ideal comportamiento de las relaciones humanas.  Porque pienso que de eso se trata, de autoridad, cuando queremos calificar la calidad y el mérito de quienes ejercen actividades profesionales o personales desde la gestión responsable de una encomienda, natural, privada o pública.  Y, así mismo, de las propias acciones, o de sus resultados, en su identidad correspondiente, en cuanto per se, son merecedoras de ese honroso calificativo.  Si nos centramos en la función rectora de quienes “mandan”, instruyen o resp

Las nueces y esos ruidos nuevos

El refranero es fuente viva y popular de expresiones orales que la gente recuerda fácilmente, porque entiende sin dificultad su sentido y gusta de aplicarlas como picardía verbal intencionada. Precisamente por esa comprensibilidad y sarcasmo ha sido referencia y hasta inspiración para reconocidas obras literarias y cinematográficas, como “Mucho ruido y pocas nueces”, comedia de W. Shakespeare y su adaptación a la pantalla por Kenneth Branagh. Con ese título y sus muchas variaciones analógicas, se refieren y nominan hasta la saciedad bastantes publicaciones periódicas, novelas de diferentes géneros, coloquios y tertulias varias en nuestro idioma. Si tomamos ese refrán para dar sentido a una persona o a un valor material determinado, respecto de ser su condición de mucha importancia aparente, cuando su realidad es insustancial, estamos haciendo crítica bufa y, en ocasiones, despectiva del personaje, o el desprecio del objeto por inapropiado. También es repetido el caso de darse publicid

Nostalgia y contrariedad del 78

Se encuentran a menudo en el mismo bar, desde hace mucho tiempo. Les gusta sentarse al fondo, frente por frente, en dos hileras, entre mesas pequeñas unidas en número según los que acuden a la cita.   La camarera, que es también patrona junto a su hombre, que rige la barra, los acomoda cerca de la cocina y los aseos, en un espacio tranquilo, lejos de las charlas de otros clientes del local. Se conocen bien, no en balde han compartido años profesionales que, por su extensión, han derivado en una amistad de calidad, de la buena. El grupo es de un perfil variopinto, hay de todo, hombres y mujeres, bien formados e instruidos y de moral muy solvente. Esta gente sabe de lo que habla y suele opinar con conocimiento de causa, difícilmente yerran en sus reflexiones, agudas, crudas o felices, siempre aderezadas de respeto y objetividad. No ahorran alabanzas o críticas y muestran precisa consideración si conviene. Su historia personal y su currículo profesional está apelmazado de experiencias ten

Un símil de terapia frente al anual advenimiento

Sea lo que ocurra y venga lo que pase, caídas estas primera hojas del mes primo, ya pueden recordarse aquellas cantinelas infantiles que vinieron a definirse como los cuentos de nunca acabar .   ¿Les suenan algunas, como la que empieza " José se llamaba el padre, Josefa la mujer y tuvieron un hijito…” o aquella de “en un charco había una mosca…” Pues bien, de los cariñosos saludos y bienintencionados mensajes que nos damos para el año nuevo, sinceros o protocolarios, deseando prosperidad y cosas buenas para todos, y de los propios propósitos de enmienda que nos damos, ya se está encargando de filtrarlos la cierta rutina de cada día. Vengo a decir que la historia -el cuento- de cada principio de año se va a ir repitiendo siempre , ni más ni menos que por ser la esencia de un deseo humano permanente de superarnos en el bienestar y, sabedores de nuestras flaquezas, obviando el natural infortunio del coste de vivir que, sin paliativos, nos hace claudicar.   Un claro reflejo lo encont