A las madres educadoras les ha preocupado de siempre que sus hijos cumplieran con unas normas consideradas de buenas costumbres entre las gentes de bien. Los maestros de escuela primaria completaban la educación explicando en clase Urbanidad.
Sé que ningún cambio o modernización social advenido hasta la actualidad ha corregido tal propósito, pero algunas reformas legales y convivencias flexibles han introducido nuevos perfiles algo laxos.
Debe ser influencia del anunciadísimo “metaverso”, de la magnífica aportación de la impresión en 3D, o del gusto de aplicarse a una práctica personal de la “razón de la sinrazón”, pero muchos moradores y también forasteros se comportan contra natura.
A menudo compruebo como grupos de jóvenes, cerca de sus institutos, hablan y comen sentados en la acera. O esperan a su cita sentados en el suelo al lado del sitio fijado. Incluso se sientan y miran su móvil desde el suelo del vagón del metro.
En algunos bancos del parque es normal encontrarse con alguien que ha decidido sentarse en el borde del respaldo y apoyar sus pies en el lugar del asiento reservado a los glúteos.
He visto como algunos niños, de los que ya van solos al colegio y usan el autobús, se sientan sobre los espacios interiores de los guardabarros, encaramándose como expertos saltimbanquis.
La copia de costumbres de otras culturas junto a la permisibilidad mal entendida de las nuestras, están suponiendo alteraciones significativas en el aprecio de conductas hasta hace poco mal vistas.
Pienso en el griterío de algunas conversaciones callejeras, por ejemplo. En el ulular y silbar para mostrar satisfacción en espectáculos y platós de tv. En no guardar silencio y recato en velatorios y hospitales.
También es lamentable la falta de uso de las papeleras públicas y observar como son despreciadas tirando al suelo envoltorios, latas y restos varios, incluso comida, estando aquellas a la vista.
Qué podemos decir de esa actitud carente de cuidado y hasta agresiva en el trato de servicios públicos de higiene, de expendeduría de consumibles, de cartelería callejera emborronada.
Y qué hemos hecho del respeto de ceder el paso en un encuentro entre peatones o de dar preferencia a estos por parte de bicicletas y patines. O el desdén negando la disculpa ante el tropiezo.
Resulta curioso comparar situaciones iguales en estados diferentes como el uso obligado de las mascarillas frente al COVID. En el bus la llevan todos los pasajeros (el conductor controla) pero en el metro (pese a la insistencia por megafonía) la mayoría no hace caso.
Al parecer, jóvenes y adolescentes se sienten cansados de tanto estrés (¿?); que muchos son los urbanitas de toda edad remisos en acatar las ordenanzas municipales y asumir que todos somos igual de merecedores de consideración. En fin, que casi todos necesitamos control y una colleja para portarnos correctamente.
Nuestros mayores tienen que ver con satisfacción y no lamentarse, si las maneras de convivir se actualizan. Ahora bien, para conservar la bonhomía que ha adornado de común las relaciones sociales de nuestras gentes, mucho estimo que habría de darle un par de vueltas con suave fuego purificador a determinadas modernidades.
Completamente de acuerdo, tanto adultos como niños aveces si no se les da un toque no les importa nada!
ResponderEliminarTotal mente de acuerdo con tu escrito,es lamentable a veces la actitud
ResponderEliminardel ser humano.Un saludo Paquita
Tienes razón, Joaquín. Parece que muchos jóvenes y otros no tan jóvenes se jactaran de violar las normas de convivencia social, de ser irrespetuosos con los demás
ResponderEliminarEste tema tiene total vigencia y podemos comprobarlo con sólo salir a la calle. Primero, asombra el tuteo generalizado a todo ser viviente, tenga la edad que tenga; la suciedad de las calles, reflejo de la calidad de sus habitantes; el espiritu competitivo de la juventud para lograr ocupar primero los asientos en el transporte público; el insoportable ruido de las conversaciones en lugares públicos, compitiendo a ver quien vomita más decibelios; y la última observación, la funesta manía de aplaudir en lugares no apropiados para tales manifestaciones, vg. un entierro. Existen muchas más, pero como aserto a tu artículo, me limito a las expuestas.
ResponderEliminarCreo que este problema sólo tiene una solución: La Educación desde la cuna por parte de familia y maestros.
Un abrazo,
Pues si, generaciones nuevas nacen ya cansadas
ResponderEliminarHemos entrado en un período de total laxitud en cuanto al cumplimiento de las normas y me atrevería a decir, que algunos se regodean de incumplirlas de forma desvergonzada.
ResponderEliminarTotalmente de acuerdo.Y no llames la atención porque puedes salir mal parado
ResponderEliminarAnte un grito, un susurro. Ante un insulto, un alago. Ante un vocablo malsonante, una palabra culta. Ante un silbido, un aplauso. A veces lo contrario provoca reacciones inesperadamente positivas. Otras veces hay que dar de la misma medicina. Lo interesante sería 'no caer enfermo'.
ResponderEliminarCompletamente de acuerdo con tu artículo.
ResponderEliminarSi me lo permites, yo añadiría el uso de móviles en transporte público a viva voce.
Una práctica de mala educación y desconsideración hacía el resto de personas que viajan en el mismo medio.
Sin elección ,te ves obligado a escuchar una conversación que no te va ni te viene.
Una intromisión y falta de respeto en toda regla.
Hecho que se ha ido “normalizando”
Montse Casas
Época de laxitud en el cumplimiento de las más básicas normas, los principales culpables, los padres que es más fácil no decir nada y evitar problemes
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