Bonito vocablo, potente, emotivo, legítimo, recurrente y de remate. Y, como no, ambivalente, o sea, humanístico.
Algo que se califique así engrandece al tiempo, estimado en todos sus momentos. Una opción para resolver, para justificar y para comprender. Una referencia para culminar una voluntad alejada de argumentos subjetivos enfrentados. Un poder disuasorio.
La Costumbre tiene -merece, si se me permite- nombre “propio”. Porque no hay una costumbre que no se corresponda con “algo” que le otorga primacía verbal sobre el común destino de su recurso.
Tiene un valor permanente, no se agota ni se sustituye; puede obviarse y hasta no considerarse, pero queda ahí para el siguiente episodio. O no conviene ahora, pero mantiene su importancia.
Para el Derecho es “fuente” de interpretación y, en ocasiones, de aplicación, cuando la ley, el reglamento, la norma escrita, no tienen o pueden dar respuesta asimilable por la ausencia formalizada de las relaciones discutibles.
Y faculta la calidad y mérito de las culturas, de las relaciones humanas en la historia, del buen resolver entre las opiniones encontradas. Acaba un pleito y abraza un remedio. Explica un acto de otros y descubre una práctica no imaginable en los demás.
Obviamente, existen buenas y malas costumbres, no pensemos que la costumbre está limpia de dudas; sencillamente porque han nacido para dilucidar asuntos o mostrar conductas, entre dispares planteamientos humanos.
Las hay imperiosas; o se hace así, o no seguimos hablando. Las tenemos soberbias u orgullosas; es la costumbre, se toma o se deja. También pueden ser imprescindibles; aquí nos gusta seguir la costumbre. Algunas dan respeto a lo desconocido; tienes que probarlo si quieres integrarte.
Cabe estimar también el rango mayor de las tradiciones. Esa suma de costumbres -buenas- que habiendo sido mantenidas entre sucesivas generaciones, llegan a conformar la tradición de un pueblo.
Ese valor corporativo no escrito, trasladado oralmente y en ocasiones recogido en formas, ornamentos y muestras o representaciones culturales, feriales, religiosas y mundanas, que dan lustre a la personalidad de un grupo social que permanece.
Pero hemos de contar con las que no gustan porque nos parecen malas costumbres, que haberlas “haylas” y que, generalmente, a la mayoría de personas, nos desagradan.
Sin embargo, aún estas, merecen considerarse, sin juzgarlas comparativamente, cuando obedecen a creencias y prácticas de otros grupos humanos que nos diferencian en otras muchas cosas, que definen la naturalidad de cada pueblo, su origen e historia.
Citar también “nuestras malas costumbres”, sociales o personales, que tanto dan que hablar y, lamentablemente, mucho hay que evitarlas, para unas deseables buenas relaciones humanas.
Que ya no sea solo por mala educación cívica, que ahora es penosamente tan visible, sino por desconsideración al valor íntimo personal que nos debemos, al desprecio de las buenas costumbres entre pares. Aquellas otras que suelen dar paso a los vicios.
Me inclino, pues, por la buena costumbre de caernos bien, beneficiarnos de lo que tenemos por buen hábito y esforzarnos en superar con algún disgusto pero con decisión, otros negativos usos.
No puedo añadir nada a tus palabras, perfectamente definidoras de las costumbres, que con los años van cambiando y a veces nos cuesta asimilar a los que ya contamos con bastantes.
ResponderEliminarTal vez los cambios en la autoridad que antes mostraron nuestros mayores, al irse relajando, hayan propiciado algunas nuevas costumbres, que nos resultan chocantes
Pero supongo que cada época las ha ido trayendo y salvo cuando de ala educación se trate adaptar-nos es lo menor.
Burnas noched.
Sí, nos movemos habitualmente entre costumbres que ya tenemos arraigadas, tanto procedentes del ámbito familiar, como de nuestro entorno que ya hemos adoptado como propias. Personalmente, cambian con la edad, y socialmente con el tiempo.
ResponderEliminarPero no dejan de ser una muleta en muchos casos, inhibiéndonos de la necesidad de pensar al encontrar una solución preconcebida para un problema determinado.
Felicidades por tu artículo. Un abrazo.
Como siempre diciendo claramente lo que piensas y con esa educación que te "abraza",felicidades
ResponderEliminarTengo por costumbre leer tus artículos y, siempre (creo que no he fallado nunca, aunque a veces tarde más o menos tiempo en hacerlo), dar una respuesta, opinión o comentario. Y como las buenas costumbres no deben perderse, ello te 'obliga' a seguir escribiendo para que yo pueda mantener viva mi (buena) costumbre.
ResponderEliminarHablar de costumbres, hábitos y moral , van de la mano, al menos en filosofía.
ResponderEliminarEl comentar tus artículos , para mi también se ha convertido en una costumbre.
Las costumbres vertebran nuestra comportamiento, tanto de forma individual , pero también colectiva o social.
Existen unas pautas determinadas de usos de buenas y malas costumbres que rigen nuestros patrones de conducta de forma predeterminada.
Quien determina si son correctas o incorrectas estas costumbres con el paso del tiempo o del momento?
En primera instancia , creo que el sentido común se anticipa a hacerlo, siempre dentro de un contexto cultural determinado .
El paso siguiente sería ya por convenio de mutuo acuerdo de la colectividad.
Las buenas costumbres facilitan la convivencia ,estructuran el comporpotamiento y condicionan nuestras creencias.
Sirven de referente para la colectividad. Por lo tanto , mejor que sean “positivas”que “negativas”
Además, según la popularidad se pega antes lo “malo que lo “bueno”.
Tengámoslo presente.
Montse Casas
Me parece muy oportuno tu artículo en estos días que nos está tocando vivir.
ResponderEliminarLas costumbres, bajo mi punto de vista, son parte de nuestra educación y desarrollo; y entiendo que es igual de importante saber mostrarlas y pasarlas a las nuevas generaciones. Tenemos que ser capaces de aprender todo lo novedoso que nos enseña la vida, pero siempre teniendo presentes nuestras “costumbres”.
Añado mi nombre, soy Arminda, una abrazo para todos
Eliminar