Ir al contenido principal

Acerca del sentido del ridículo


Estoy viajando en un avión. Va lleno, 186 pasajeros. Variopinto grupo que, significativamente, mantiene un comportamiento colectivo muy de agradecer, de verdad, poco corriente. 


Observando esa estupenda actitud, decido escribir y contar algo que se pueda desprender de ese ambiente y me ayude a describir un carácter o una condición que pueda corresponder a mucha gente. 


Algo que, sin molestar, seamos o hagamos o, todo lo contrario, todos los humanos alguna vez, o más, y en diferentes situaciones.  Y se me ocurre hacerlo sobre el simpaticón sentido del ridículo. 


La primera cuestión es diferenciar entre ser ridículo y tener sentido del ridículo. Porque alguien puede resultarnos ridículo y nosotros sentirnos de algo parecido, y que al otro no le afecte ni fu ni fa. 


Trato de aclararme. Hay personas que, en su imagen y manifestación externas, prescinden de la impresión que puedan merecer al resto y deciden hacer o mostrarse a su gusto y manera, sin importarles el “qué dirán “


A otras gentes, les preocupa mucho que su compostura y su hacer,  pudiera significar el despertar una curiosidad malsana  o sencillamente picarona entre sus semejantes. 


Pero ¿quién es el que puede juzgar si aquel personaje, curioso y llamativo, que luce un vestido estrafalario -para él, claro- o no le importa meter la pata del saber -el suyo, por supuesto- y canta fatal o baila como un patán -como no hace él, lógico- y encima disfruta? 


Pues, por eso. Tener sentido del ridículo puede resultar ser una predisposición a practicar conductas que no afeen su recepción por el colectivo de gentes de su contexto. 


No tener sentido del ridículo a propósito, significa no importar en absoluto quedarse fuera del aprecio social de ese grupo. 


Y si es involuntario, es considerarse mucho o poco sorprendido y afectado por las reacciones de sus congéneres, tan probablemente diferentes según les predisponga a cada cual su personal opinión según intuyan la causa del despiste, manía o despreocupación de quien va de extravagante.


Me queda referirme a quienes, probablemente pocos, son inconscientes de si sus actos puedan ser considerados ridículos. Estos, pobres, lo que necesitan es ser comprendidos y en la medida de lo admisible, ayudados, posiblemente para facilitarles una vida más social en general. 


No olvidemos, además, que algo ridículo también son los objetos que usamos y las cosas que hacemos y decimos conscientes y que la ciudadanía, la clase social equis o la corporación zeta, no esperan y son cordialmente corregibles en bien de la información debida al causante.


Este vocablo sirve también para definir aquellos actos y cosas materiales que, por su tamaño, ubicación y disposición, nos resultan poco estimables, extraños, fuera de lugar e impropios por algo o de alguien. Creo que, en tales casos, el juicio que podamos tener será normalmente leve.


¿Y Ud., buen lector, alguna vez ha sentido el ridículo propio? Pues no le importe, tendrá algo que contar en la intimidad y le aseguro que podrá sentirse más humano.  

Comentarios

  1. Nunca he tenido sentido del ridículo. Puedo echarme un baile o un cante, con alegría, incluso a mis 78 años!!!
    Puede que alguien me encuentre ridícula. Yo me río con ganas. Y soy feliz!!!

    ResponderEliminar
  2. Como siempre extraordinario.Hay que tener siempre cuidado de no hacer o caer en ridículo.gracias

    ResponderEliminar
  3. El primer comentario para este artículo es de bienregresado, querido escribidor, tras unos días de ausencia vacacional. Gracias por devolvernos 'los domingos de lectura'. Dicho esto, mi único comentario al respecto de las líneas escritas sobre el ridículo o el sentido del ridículo es el siguiente: es maravilloso tenerlo, porque con el paso de la edad te vas dando cuenta de lo ridícula que has sido tanto tiempo, al tener un (excesivo) sentido del ridículo. Al final, no somos el ombligo del mundo, aunque así lo creamos y algunos, que tienen nada mejor que hacer, nos pongan en el foco de atención cuando 'hacemos el ridículo' (para ellos). A la vejez, viruelas.

    ResponderEliminar
  4. Sentido del ridículo o hacer el ridículo, he aquí la cuestión.
    Evidentemente, se trata de dos conceptos distintos.
    Los niños, en general, no tienen conciencia ninguna de las dos cosas.
    Son más expontáneos, frescos y desinhibidos que los adultos y tampoco les va mal.Seguramente más felices.
    Con la edad vamos interponiendo filtros y barreras que nos ayudan a mantener la compostura y a proyectar la imagen justa y depurada que nos interesa.Todo bajo control.
    Tampoco creo que sea malo,ejercer
    el soltarse y dejarse ir.La represión es bloqueante y restrictiva.
    Seamos más libres y cuidemos el niño-a que llevamos dentro.
    Montse Casas

    ResponderEliminar
  5. Es cierto que hay muchos que se aplican el "vaya yo caliente y ríase la gente", con lo cual, difícilmente tendrán la sensación de situarse fuera del círculo.
    Procuremos ser felices, intentando hacer felices a los demás.
    Bienvenidos Joaquín y Mari Carmen. Besos.

    ResponderEliminar
  6. Hola Joaquín y bienhallado sea tu nuevo artículo, después de esta espera.
    El tema que has desarrollado demuestra la relatividad de cada persona en su grado de sentimiento del ridículo. Seguramente el grado máximo estará entre las personas más susceptibles ante la opinión de los demás, y el mínimo entre los que se creen encontrar en la cima del universo, prescindiendo de la opinión ajena.
    Un sector elitista, donde mejor podemos encontrar el contraste entre la formalidad y el ridículo, es el la moda. Quién no se ha sentido sorprendido - positiva o negativamente - ante la extravagancia de muchos de los modelos que presentan en grandes desfiles, que inducen a pensar únicamente en romper los moldes éticos.
    Hasta pronto y sigue con tus escritos.

    ResponderEliminar
  7. Pues ya con todo el concepto que describes Joaquín deberé hacer un profundo análisis.

    ResponderEliminar
  8. Soy Sergio Palma de México, para que veas Google me hace quedar en ridículo omitiendo mi nombre !

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Gracias por dejar tu comentario

Entradas populares de este blog

Plumitas

Plumitas Ayer murió mi pájaro. Periquito azul de 5 años. Juguetón y con carácter. Tastador de menús caseros. Crítico ruidoso ante la tele y fervoroso amigo del móvil. Nos conocía a todos de casa y creo que nos entendía. Sin ser manso, accedía a nuestros mimos y encajaba bien mis regañinas.   Fue un regalo de mis nietos para asociarse a mi viejo afecto por esos pájaros. Deriva de mi infancia, cuando tuve una bonita Pitita verde, que emparejé con un bonito macho azul y criaron descendencia que repartí entre amigos. A Plumitas le gustaba casi más estar fuera de su jaula que en su interior. Se acostumbró pronto a salir, merodear por la cocina y entrar a su refugio -nunca encierro- por cualquiera de sus dos puertas. Su casa, donde, además de sentirse seguro, se convertía a menudo en un jolgorio juguetón, tanto dentro como en su terraza exterior. Y nos divertía a nosotros. Sí, tenía sus juguetillos colgantes, sus amiguetes pacíficos y muy parados. Y picoteaba con fruición a un par de per...

Conformidad / Conformismo

Dar conformidad y conformarse son dos actos normalmente positivos respecto de un resultado, sea por la compra de un producto, la prestación de un servicio, la suscripción de un contrato y también por la aceptación de una obligación o disposición legal. Sin embargo, subjetivamente, ambas manifestaciones difieren por sus connotaciones respecto del propósito al que se vinculan. Pues no es lo mismo considerar bien y a gusto el fin recibido -estar conforme- que aceptar su resultado con reservas -conformarse-. Una lectura ocasional me sugiere el tema elegido, al que aporto una anécdota de ficción: Dos vecinos de escalera se encuentran de regreso en el hall de su inmueble, se saludan de costumbre, y -Qué tal José, te noto el ceño algo arrugado, ¿está todo bien? -El caso es que vengo enfadado conmigo mismo, Pedro. - Eso tiene fácil arreglo; desahógate hombre, cuéntamelo. - He recogido el coche del taller, ya arreglado de las rozaduras que llevaba en una puerta y he notado que no había quedado ...

Por unas dosis de templanza

De vez en cuando, sobre todo cuando soy testigo de una escena o evento donde la compostura cívica está alterada, me viene a la memoria el recurso fácil de la cultura cristiana respecto de las virtudes.   Todas, cardinales , ya enunciadas por Platón y posteriormente adoptadas por el cristianismo y otras religiones, cuando de tratar sobre la moral se ocupan, y teologales , esa medicina espiritual para el alivio de la vida terrenal con sus contrariedades, merecen tenerse muy en consideración.   Y de esas otras siete más, las capitales, cuya práctica presupone corregir a sus homónimos “pecados”, que tanto envilecen las conductas desordenadas de los hombres.   De esas catorce maravillas disponibles para un ejercicio moral deseable -y hay algunas más- debiéramos todos, creyentes religiosos o respetables agnósticos, gente de bien o arrepentidos de actos impropios, sentirnos obligarnos a ejercitarlas.   Fue a principios de este verano, durante un encuentro de nuestro primer ...