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El valor de la añoranza


Iban en avión, viajando a otra capital de provincia, de escapada, como se dice ahora cuando huyes de tu ciudad para “cambiar de aires” un fin de semana y saborear otras vivencias.


La conversación asomó pronto y cursi, como de costumbre, apenas el cruce y manido saludo ¿educado? de contacto, más preventivo que protocolario, para detectar sintonías de una posible entretenible charla. 


La fila de tres butacas, ocupadas y así todas las del resto del pasaje. Los ocupantes, más que jóvenes, pero no mayores; quizás una chica menos avanzada y de reciente estreno laboral en otra Comunidad. Los otros dos viajeros, hombre y mujer, ya maduros.


La coincidencia, que ninguno de los tres, residentes en el lugar del embarque, era natural de allí sino originarios de tres puntos distintos y alejados entre sí y de distancias no equidistantes.


Y la curiosidad, todos podían necesitar de esa ocasión no preparada para desahogar un sentimiento, coloquiar sobre la actualidad de un evento de inquietud social o traslucir una reflexión ante tal o cual circunstancia vital. O, a lo mejor, debatir sobre alguna ocurrencia.


Como se acostumbra, sin saber muy bien por qué o sencillamente por el hecho de estar viajando, aparece a modo de impronta la recurrente añoranza.  A uno de los tres, sin importar a quién, este viaje le traslada al pasado y en su faz aparece un rictus emocional.


Cuenta a sus compañeros de asiento vivencias infantiles de un pasado familiar en su residencia original; costumbres sociales que ya no se llevan, gustos por ocios ahora imposibles, motivaciones de orgullo de participar en actos rebeldes, recuerdos de duro final.


El pequeño grupo se anima. El viaje no será muy largo y les entra una cierta premura, esperando turno para rememorar lo que se les va ocurriendo poder aportar de su pasado, aquellas cosas que van a suponerles como una presentación en sociedad al modo de dejar una impresión positiva de su inesperada compañía.


Surgen, como no, la nostalgia de un tiempo vivido sin retorno, o esa melancolía por aflicción de aquellos pasajes vividos que lo entristecen, y la morriña por el territorio, el habla y las costumbres que ya no pueden retomarse, o esa evocación de luchas, glorias y favores tenidos por tal o cual pertenencia.


Se atropellan un poco porque les advienen ganas de competir, en buena lid claramente, y contar cada uno aquello que les une y compara con lo que los otros explican. Y recuerdan y gesticulan queriendo emularse entre ellos.


Están ya aterrizando, se despedirán y culminarán entrecortadas por la prisa del desembarco, las últimas referencias a sus pasados y la felicidad de haberse conocido. Quizás a los tres se les haya creado una nueva añoranza, al regresar de nuevo al redil del que salieron.


¿Dónde ha quedado el presente de esos compañeros de viaje? Probablemente no ha pasado de las meras presentaciones iniciales. Y el futuro ¿no ha valido la pena opinar cada uno de lo que nos espera? No, hoy no tocaba.


La añoranza, tiende a ser el buen recuerdo de personas estimadas, experiencias vividas y hechos pasados que, produciendo sensaciones de morriña, tristeza y pena por su pérdida o ausencia, o la imposible vuelta atrás, generan un deseo recordatorio que sustenta una verdadera satisfacción y producen así cierta felicidad.


No desesperen si tienen malos recuerdos, esos que también nos ocurrieron alguna vez a todos y no podemos sentirnos bien de haberlos vivido. Piensen que tenerlos nos permite valorar lo que sí hemos conseguido de bueno hasta aquí, formando y participando de tantos recuerdos positivos que dan paso a nuevos contentos.


Comentarios

  1. ¡Qué importante es vivir para sentir lo bueno y lo malo! Hay que aburrirse para valorar cuánto se divierte una cuando se divierte. Hay que estar ocupada para valorar más y mejor cuando estás libre o de vacaciones. Sólo cuando lo pasas mal, valoras lo bien que estás el resto del tiempo, aunque no te parezca ni hagas nada excepcional.
    Por eso es importante vivir/sentir, a cada instante, a cada momento. Porque después, la añoranza, que a priori podría ser algo negativo, algo triste (no en vano su definición dice que es el "sentimiento de tristeza causado por el recuerdo de alguien o algo querido y ausente o perdido"), resulta ser un recuerdo que no queremos borrar ya que, en el fondo (y en la superficie) solo añoramos aquello que nos ha hecho bien.

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  2. Supongo que la alegría de viajar en aquel momento y en aquel lugar, creó la ocasión de que tres personas desconocidas entre ellas y de diferente procedencia, tuvieran la oportunidad y el ánimo de abrir parte de sus sentimientos entre ellos, circunstancia no habitual en un viaje aéreo. Para sentir añoranza se necesita haber vivido lo suficiente como para crear recuerdos que enriquezcan nuestra memoria, por lo cual, asigno este sentimiento a los pasajeros de mayor edad, dejando para la persona más joven su ilusión hacia un futuro laboral recién conquistado.
    Alabo la voluntad de los tres protagonistas en abrir sus sentimientos, remarcando la importancia de su añoranza, ya que denota haber sembrado de buenos recuerdos su juventud, y la morriña hacia sus orígenes por ser fieles a la tierra que los vio nacer.
    Al llegar a ciertos límites de edad, vivimos más de los recuerdos almacenados en nuestra memoria, que de las acciones diarias que sabemos menguan con mayor o menor intensidad.
    Gracias por tu artículo.

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  3. Perfectamente puede darse esta situación.De hecho, mientras leía el artículo, me he podido sentir identificada.
    Cuando regreso de algún viaje me suelo preguntar por las personas que he conocido , que he compartido algún trayecto ,alguna conversación, momentos …
    En definitiva que me he comunicado.Seguramente no volveremos a coincidir, ni haremos porqué así sea, pero resultó entretenido y puede que interesante y todo.
    No tiene porqué ser la nostalgia que lo propicie, más bien creo, la necesidad de comunicación que tenemos los humanos.
    La elección de “aquellas personas” y no otras, elegidas de forma aleatoria,esto sí que no lo tengo tan claro porqué sucede.

    Montse Casas

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