En el lenguaje particular de nuestras interacciones personales, usamos regular y reiteradamente un común de palabras que entran, se quedan, y salen dando espacio a otras luego, para dar forma a nuestras sensaciones y opiniones, o a la narrativa de algo, personalizando nuestra manera de hablar.
Recientemente, escuchando a un ilustrado conferenciante, sentí una cierta emoción oyendo la palabra apego. Hacía tanto tiempo que no la oía, ni leía, que me parecía despertar de una ensoñación. Pensé, ha vuelto y la recupero.
Me remontaba a tiernos años infantiles, a mi madre, y no solo por ese vínculo o sentimiento de seguridad maternal que supone el apego, sino por el uso calificativo con que solía utilizarlo. Recuerdo que a alguien alejado del cariño familiar le decía “desapegado”.
He buscado actualizarme sobre el apego y estoy sorprendido de lo mucho que se escribe y publica entre los profesionales de la psicología. He oído algunos podcast, incluso. Pero la mayoría hablan sobre todo del apego natural infantil a la madre y, después, sobre su formación en la ida hacia la madurez.
Y compruebo que, de la palabra definida por la RAEL como “Afición o inclinación hacia alguien o algo”, ahora se tiende con abundancia de textos, autores y formadores a la “Teoría del apego”, a sus cuatro Tipos y hasta a los apegos negativos. Pero yo dejo aquí esos caminos para la voluntad del lector.
Mi interés es traer a este blog el valor positivo del apego. Me quedo solo con una parte de algunas definiciones empíricas, que refieren al apego como a esa vinculación afectiva intensa y especial que se conforma entre dos personas desde un momento inicial espontáneo, intrínseco y permanece en el tiempo.
Pero creo también que puede hablarse de apegos, tan importantes como el maternofilial, aunque su validación y tratamiento difiera algo en lo consustancial, cuando el vínculo se da entre individuos y animales, cosas y corporaciones.
Pues ¿por qué no puede llamarse apego al sentir de una persona cabal, maravillada de los efectos sensoriales que le producen las expectativas y sus resultados de los objetos que maneja, profesionalmente o a modo de entretenimiento? Diría que no es ofensivo.
¿Está mal o es inapropiado decir estar apegado (cobrar apego) a mi gato, o a mi perro? Considero que no, que puede ser perfectamente.
¿O tener apego colectivo por las sensaciones que espera una persona cualquiera de participar de las actividades, directa o pasivamente, con grupos humanos con los que comparte sentimientos? Lógicamente, le llevará a un disfrute o conduelo compartidos, siempre deseables.
Porque el apego puede ser algo diferente y, al tiempo, más profundo que la lealtad, el cariño, el afecto o el amor, también sentimientos fundamentalmente positivos entre seres humanos; diría que es una especie de sumatorio de estos. Capaz de rendiciones de la voluntad, confianza en una necesitada seguridad o de una entrega en el servicio personal.
Y ahora nos vienen algunos con lo del desapego, el apego negativo. Hay gente, personas y grupos determinados, que no creen ni practican el apego, que consideran que esa vinculación los hace dependientes involuntarios y sumisos, que condicionan o limitan su libertad. Son los nuevos individualistas.
Los psicólogos citan existir apegos de mala calidad, cuando el nivel emocional influye en los sentimientos del individuo con un modelo mental negativo; que debo respetar, obviamente. Para mí, eso es falta de apego y aquello de más arriba fruto de la falta de sensibilidad por los sentimientos de los demás.
El apego maduro positivo, el que se tiene desde el raciocinio ya consolidado de los individuos vinculados y reafirma su condición en la práctica y retribución continuadas entre sí o entre ellos y sus consecuentes (animales, cosas y corporaciones) es el que da fe de esa maravillosa palabra.
Seguramente, la actual dinámica social, donde la incertidumbre de lo peor compite con la mejoría de la calidad de vida alcanzada, que nos tiene confusos y dolientes con lo que nos está pasando a los humanos, sin saber cómo escapar de tantas faltas de razón y ser presos de tanta ignominia, también se deba a que muchos han perdido los apegos, a su familia, a su causa, a su país.
Me atrevo a concluir que aún nos queda poder seguir apegados a dios. Al que Ud. crea, por supuesto y, de ser así, pídale nos aleje de perniciosas agendas venideras y concilie aproximaciones al bien común, evitando plagas celestiales.
Como siempre extraordinario.Gracias por recordar dicha palabra
ResponderEliminarMuchas gracias Joaquin
ResponderEliminarSagaz tu exposición, más en estos momentos confusos en que algunos tenemos la sensación de que se ha instalado el "desapego" a nuestras costumbres, a nuestras creencias e incluso a nuestros valores.
ResponderEliminarA lo peor, por eso echabas de menos el uso de lam palabra apego.
Un abrazo Joaquín.
gracias por deleitarnos con tus escritos, felicidades por el de hoy
ResponderEliminarEn el transcurso de nuestra vida, vamos enlazando apegos que, con el tiempo, desaparecen por motivos diversos, quedando solamente los que forman parte fundamental de nuestra conciencia y los que seguimos manteniendo en atención al valor anímico que adjudicamos a determinadas personas o cosas. Seguramente, también podríamos calificarlos con nombres diferentes, como: amor, amistad, predilección, cariño, inclinación, etc., dependiendo tanto de su origen como de su destinatario.
ResponderEliminarMantengamos, pues, los apegos positivos, que benefician tanto a emisores como receptores.
La palabra apego ,parece estar en desuso hoy día.De no ser así,creo que no se manifiesta como en años pasados..Empezando por los hijos, y resto de la sociedad.La palabra "apego" ha sido sustituida por la palabra "independiente "y eso nos lleva por otros caminos,nada que ver con aquella bonita dependencia que sentíamos antes hacia la familia,amigos etc. etc.
ResponderEliminarCada día tengo más claro porque queremos 'volver a casa'; ir el domingo a comer con mamá y papá. Allí, al nacer, entre madre y recién nacido, es donde nace también el apego. Es donde nos sentimos cuidados y protegidos. Nos sentimos seguros. Por eso, también, es allí donde queremos acudir 'siempre', al final.
ResponderEliminarEn la vida, en el día a día, buscamos a menudo lugares y, sobre todo, personas por las que sentir apego; porque es algo indvidual, egoísta y natural: sentirse bien, seguro y protegido. Cierto es que que todos queremos ser independientes y funcionar sin que nos 'marquen'... pero necesitamos 'volver a algún lugar, a alguna persona'. Sentir apego no es malo, sino todo lo contrario. Lo malo es no tener apego o tenerlo en exceso.
Quedémonos con los apegos positivos.Los que nos hacen sentir bien y dan sentido a nuestras vidas.
ResponderEliminarUnas veces, en forma de amistad, aficiones, relaciones amorosas,actividades diversas…
Desterremos aquellos apegos tóxicos o nocivos que crean dependencia y nos complican la vida.De estos huyamos a tiempo.
Los expertos opinan que un exceso de “apego” crea dependencia,frustración y otras patologías.
Como todo; en el punto medio está la virtud.
Tener ciertos “apegos” nos hacen sentir , más conectados a nuestra realidad , vínculos emocionales y también menos perdidos en una sociedad cada vez más uniformada .
Montse Casas