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Esos otros Carnavales


Esos otros Carnavales


Estamos en Carnaval. Esos tres días previos al miércoles de ceniza y a cuarenta de la Semana Santa en que, según nuestra tradición religiosa, empieza el tiempo de Cuaresma y, por tanto, la  llamada a la moderación de la carne en su sentido más amplio, que exige a algunos recogimiento y abstinencia.


Durante siglos, obispos y reyes fiscalizaron y constriñeron estas celebraciones cada vez que las gentes, que conservaban vivas las ancestrales costumbres paganas, osaban reproducirlas. Pero con el Renacimiento y el desarrollo de las ciudades, se fueron imponiendo tales fiestas con demostraciones culturales de cierto mejor carácter. 


Los orígenes de los Carnavales son otros y muy anteriores y, en general, las gentes trataban de celebrar la llegada del buen tiempo tras el invierno, la fecundidad de la tierra y el alejamiento de los espíritus, con fiestas y rituales donde griegos, romanos y otros pueblos se reunían en manifestaciones bastante licenciosas.


Era propio de tales fiestas el fingimiento, la farsa y lo grotesco, representado por los disfraces con pieles de animales y vestidos estrafalarios y, sobre todo, por las máscaras atrevidas dadas al susto, al engaño y a la risa, así como por elevar cánticos y bailar.


En la actualidad, el Carnaval se celebra a nivel universal. Todas las culturas han traído al vivir humano presente las ganas de celebrar festejos impulsando aquellas antiguas costumbres, llevados a practicar unos encuentros distendidos entre sus habitantes, más allá de los condicionantes religiosos de otras épocas.


Son famosos mundialmente los carnavales de Venecia, por su esplendor artístico y cultural, destacando fundamentalmente sus máscaras y lo es, asimismo, el de Río de Janeiro, por colorista, bailón y sensual. 


En España se han de señalar los que se celebran en Cádiz, por  sus desenfadadas y sagaces chirigotas con la crítica política y los de Canarias, con la puesta en escena de performances de fabulosos trajes y comparsas. 


Y rara es la población que no acredita alguna característica local apoyada en sus propias tradiciones populares. Por ejemplo, el Carnestoltes catalán que, emulando el famoso mundialmente Mardi Gras, de Nueva Orleans, despide el Carnaval el último día (este año el 21.02) con su entierro de la sardina en llorosa procesión festera.


He de citar la simpática costumbre escolar de pasear a niños y tutores con sus disfraces colectivos en sus salidas de aula o actuaciones lúdicas en salas de actos, para los familiares.


Pero también traigo a esta escritura esos otros carnavales. Sí, esos que no tienen fecha fija y se dan durante todo el año. Festivaleros y comerciales unos y algunos otros vergonzantes, que en su calidad de fijos - discontinuos, nos entretienen o fastidian según concierne. 


Serían muestras carnavalescas de nuestras calles, alguna de estas:


-Ese hombre paseante con disfraz invisible y piel curtida, solo calzado con deportivas.

-Esa mujer de tacones finísimos que, al caminar, hace emerger sus piernas por medio de “sietes” -talla 70- de unos caros vaqueros.

-Esa colección de mozos que pueblan gradas futboleras y salta en  eventos de vario tipo a pecho descubierto.

-Esos vestidos multicolores y asimétricos que popularizan famosas modistas y marcas de ropa del desfigurado.

-Esos pasacalles del Orgullo Gay que generan cierta división de opiniones sociales a veces incomprendidas.

-Esos nuevos ciudadanos que visten sus ropas tradicionales sin dejar indiferente a casi nadie.

-Esos Parlamentos desdibujados de compostura estética y de bronco comportamiento, para indebida imagen y representación.


Si se considera Ud. de los de siempre, disfrácese uno de estos días. Con una simpática máscara y cualquier “trapo” cubrirá su tímida identidad y, si lo aguanta hasta casa, quizás repita otro año. Pruébelo, yo me sentí muy bien.


Joaquín Ramos López - 19 febrero 2023



Comentarios

  1. Como siempre excelente.Gracias

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  2. Feliz carnaval y felicidades por artículo, cierto con el tiempo las cosas van cambiando y variando, aunque a veces no siempre para mejorarlas

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  3. Me gusta el Carnaval. Que las gentes dejemos a un lado nuestra timidez y nos disfracemos de aquello que, por 1 vez o 1 día, queremos ser (o mostrar que también somos). Reírse, hacer realidad un sueño, desinhibirse o compartir un momento de diversión con las amistades, puede ser la excusa. La idea de verse y sentirse distinta 'por una vez y como una quiera', puede ser la motivación real. Sea como fuere, creo sinceramente que todos y cada uno de nosotros somos genuinos, únicos y exclusivos, así que, si en Carnaval, somos como el resto (¡nos disfrazamos!) ¡¡¡bienvenido sea el atrevimiento!!!

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  4. El Carnaval, aquí en Canarias es una tradición familiar; es parte de nuestra cultura y los que tenemos una cierta edad, estamos llenos de irrepetibles recuerdos de los carnavales de nuestra infancia.
    Es una fiesta de “inclusión” social, y un motivo siempre de celebración.
    Arminda

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  5. Considerando que El Carnaval ya se haya incorporado y recuperado plenamente como una de nuestras fiestas tradicionales y esperadas, no podíamos decir lo mismo en un pasado en tiempos de dictadura y represión.
    Muy vinculado a la usanza religiosa que actuaba de filtro.
    Personalmente, no soy muy amante de disfraces, pero me gusta ver el colorido y la puesta en escena en las calles y espacios públicos ,invadidos por la diversión popular.
    Las letras atrevidas y sarcásticas de las murgas gaditanas, siempre me han hecho muy gracia.
    Sin olvidar a los niños que les encanta disfrazarse de su héroe o heroina de ficción.
    Después, todo volverá a la “normalidad” para la gran mayoría.
    En un sentido más amplio de la palabra, para algunos, Carnaval lo es todo el año.
    No sé si reirne o lamentarlo.
    Creo que más bien lo segundo.

    Montse C.

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  6. Recuerdo tiempos pretéritos, en los que la religiosidad era la nota imperante desde que empezaban los prolegómenos con el "Jueves lardero" y el entierro de la sardina, hasta la entrada de la Cuaresma y su culminación en Semana Santa. Estoy hablando de los años cuarenta y cincuenta del pasado siglo. En esta época, la celebración de los Carnavales estaba prohibida y, desde luego, en los colegios no nos disfrazábamos, aunque la situación política y familiar tampoco estaba para derrochar alegría.
    Es ahora cuando el disfraz y la diversión desenfadada se ha apoderado de la población en general, muchas veces como continuación del quehacer diario, tanto en comportamiento como en indumentaria. A veces me pregunto si esta animación no será el aviso subliminal de futuros acontecimientos adversos.
    De todas maneras, creo que este despliegue de energía generada en la diversión y en la liberación, aunque sea de manera esporádica de la mente, contribuye en quien lo practica, como una limpieza mental para soportar las próximas embestidas de la vida.
    Ánimo, que la vida son cuatro días y hay que aprovecharlos mientras se pueda.

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  7. Muy bueno, en forma y fondo, como hace cincuenta años, midiendo las palabras. Un fuerte abrazo.

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  8. Joaquín,como siempre tan interesante tus escritos.
    Un saludo Paquita

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