De dolores e indolencia
Las enfermedades en general, los traumatismos en particular y algunas molestias físicas derivadas de posturas o esfuerzos e incluso de preocupaciones personales, producen dolor.
Estar afligido, sentir pena, condolerse por alguna causa externa a nuestro cuerpo, que padecen otros o nosotros mismos, nos ocasiona malestar emocional y puede producirnos también aflicción de ánimo.
Dolores corporales físicos y congoja íntima acostumbran a combatirse con fármacos y tratamientos médicos al efecto, específicamente determinados y debidamente prescritos. De esta forma es viable recuperar, normalmente, el bienestar interrumpido.
Cómo soportar y conllevar el dolor también ha tenido su evolución según el tipo de vida y recursos naturales conocidos para paliarlo; la correlación con la devoción religiosa que lo “justificaba” penitencialmente y los avances farmacéuticos habidos.
El dolor ha trascendido desde la sumisión necesaria a la búsqueda de modos de combatirlo decisivos para escapar de su sufrimiento, mayor por insoportable y menor, aunque así sea, por serlo factible.
Hoy está totalmente admitido y deseado no padecer dolor si es posible sortearlo. Tras una intervención quirúrgica o una reducción de fractura ósea; bien por cualquier dolencia corporal debida a enfermedad crónica; o porque se sigue una asistencia por fisioterapia, la recomendación es no sufrir dolor prescindible.
Tanto es así que los Servicios de Salud más actuales cuentan con sus Unidades del Dolor. Sus facultativos, con su preparación ad hoc, actúan más allá de las prescripciones del resto de especialistas, para completar y procurar la mejor calidad de vida del enfermo.
Asimismo, el duelo y la aflicción producidos con motivo de eventos dolorosos acaecidos en nuestra familia y allegados, que provocan estados de angustia y ansiedad, han propiciado, en ese mismo avanzar, el arropar sensaciones dolorosas con consuelo profesional.
Creo conocer que hay algunas pocas personas insensibles al dolor. Individuos que nacen con una condición congénita por la que no perciben el dolor físico.
A primera vista esta condición podría hacerlos más felices que el resto, sin embargo tal ausencia les puede suponer un riesgo añadido, pues el dolor también es señal inequívoca de la presencia de algo irregular en nuestra salud que requiere atención médica.
Y tenemos, por otro extremo, a los humanos indolentes. Esas personas que, sientan dolor físico o no, carecen de sensibilidad a deberes y emociones que obligan y conmueven a los demás.
La indolencia admite muchos, demasiados, sinónimos negativos para nuestro orden social. El indolente es también despreocupado, irresponsable, negligente, perezoso. Le falta capacidad de esfuerzo para cumplir con las tareas debidas.
Algunas reflexiones psicológicas culpan al inadecuado trato social de ciertos individuos y colectivos, como generador de indolencia. O sea, como si su supuesto maltrato por la familia, la religión, la escuela, la economía y el trabajo los haga ser pasivos y sentirse indefensos, y optan por esa inhibición displicente y, por supuesto, protegida socialmente.
Me pregunto si actualmente, con tanta política del bienhadado Estado Social de Derecho, repartidor de subvenciones, ayudas, mínimos vitales, primicias -que no diezmos- con sus bancos de alimentos y sus prestaciones no contributivas varias, no se estará propiciando una sociedad indolente nacional que arrastre a tantos otros miserablemente. Y habremos hecho un pan como unas tortas.
Como siempre brillante
ResponderEliminarComo siempre. Extraordinario gracias por compartirlo conmigo
ResponderEliminarMuy cierto, felicidades y feliz domingo
ResponderEliminarEl esfuerzo diario en cualquier actividad curte el carácter y anula la indolencia. El evitar el esfuerzo en la sociedad actual nos esta llevando al dolor que hoy padecemos.
ResponderEliminarQuizá me quede con una reflexión: el dolor no es bueno pero a menudo es necesario, como sistema de alarma, como mecanismo para valorar lo positivo, como fórmula para saber lo que no se quiere o debe. Siento pena por quién no siente dolor; siento lástima por quién provoca el dolor; siento rabia por quién padece dolor (casi todo el mundo); siento coraje por quién se enfrenta al dolor. En cierta medida el dolor ayuda a crecer, a sobreponerse, a mejorar, a encontrar otro camino. No es agradable sentir dolor pero si se tiene, hay que estar entrenada para encontrar el cómo aflojar el sufrimiento provocado por este.
ResponderEliminarEn cuanto al dolor físico, no hay duda de que debemos averiguar su origen y tratar de suprimirlo. Sólo lo soportaremos si no existe solución o remedio por tratarse de una enfermedad incurable, aunque existan personas que pueden ofrecer su sufrimiento a su Dios, como sacrificio de expiación de sus pecados y para el logro de una vida eterna.
EliminarEl dolor anímico, puede ser tan o más intenso que el corporal, pero requerirá de la reparación de la culpa causante, bien por medios de identificación del motivo, su aceptación y su cura, bien por propio razonamiento, o por tratamiento psicoanalítico.
En cuanto a los indolentes, Ya es una pena para ellos mismos, ya que denotan la falta de sentimientos y su deserción como seres humanos. Aunque podemos distinguir entre la indolencia por falta de sentimientos, de la indolencia por falta de estímulos sociales. En este último caso, si su proliferación se deriva de la magnanimidad de los servicios públicos de asistencia, la única solución consistirá en un mayor rigor y examen de las condiciones exigidas sobre las prebendas que se les concedan.
Gracias por tu artículo.
Abrazos.
Me uno a todo lo que nos has explicado en tu escrito.Como siempre muy explicito y aveces muy difícil de entender dados los diferentes casos que existen yque se presentan en estos casos
ResponderEliminarNo creo que a nadie le guste padecer sufrimiento, tanto si se trata
ResponderEliminarde un dolor físico como emocional.
Por suerte ,existen paliativos que nos ayudan a mitigarlo y controlar.
Dicen que “el dolor purifica”.No sé hasta que punto es cierto.
Lo que sí creo, es que va implícito en la condición humana y nos fortalece.
No existe vida sin dolor.
El dolor gratuito y buscado,tiene un punto de masoquismo que carece de sentido,al menos para mi.
El dolor como tal,nos enseña a valorar y a agradecer su ausencia .
Desde que tenemos conciencia,nos entrenamos y aprendemos de él para valorar y gozar de nuestro bienestar.
Los epicúreos lo tenían muy claro.
Para ellos la felicidad, consistía precisamente en su ausencia.
Montse Casas
Qué buena reflexión, Joaquín. Me trajo a la memoria un latinajo que solía decir mi padre (médico) Mederi dolorem opus divinum est
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