Las gentes, cuando se encuentran o se despiden de conocidos suyos, normalmente se saludan con muestras de simpatía y afecto, más o menos intensos según sea el grado de empatía alcanzado entre ellos, el tiempo, el lugar y la ocasión de volverse a ver e incluso el estado de ánimo que les acompaña en ese momento.
En otros encuentros entre personas no conocidas suele recurrirse a modos de saludar más formales y estereotipados, donde lo cordial da paso a la educación justa de quedar bien o de cumplir con una costumbre racionalmente admitida.
Se dan salutaciones, o sea saludos más ceremoniosos y de algún reconocimiento hacia el saludado, cuando se quiere agradecer la suerte del encuentro o el mérito del encontrado respecto del favor de quien saluda. Y, por demás, si se le añade alguna pleitesía, cualquiera que sea la fórmula utilizada.
Con los familiares y los amigos ciertos, suelen ser encuentros que respiran emotividad cariñosa uniendo deseos y plácemes de palabra con muestras supremas de aprecio en forma de abrazos u ósculos y apretones corporales.
Pero también se dan, y mucho más, encuentros entre no conocidos. Aquí la cuestión del saludo y la despedida queda algo desdibujada de lo anterior. Porque no se trata de practicar el saludo como prueba de una ilusión o satisfacción de estar con alguien, o de un deber o relación no personal.
En la actualidad, saludarse también se ha simplificado mucho y se ha internacionalizado lingüísticamente. De ahí que oigamos habitualmente ciao y addio, o hello y bye, por hola y adiós; o un castizo qué passa tío, que bien valen por inspirar simpatía.
Y otra cosa es saludar exclusivamente por educación, o no, a un transeúnte que se cruza en nuestro camino sin nadie más en esa calle vacía; o del que estamos cerca en el andén de la estación esperando al tren; o en la sala de espera del doctor; o ese compañero de asiento del autobús; y de aquel quien baja por la escalera o sube en el mismo ascensor al que accedemos.
Circunstancias esas cada vez más distanciadas de un deseable saludo que debiera probar la conveniente necesidad de comunicarse para sentirse miembro reconocido de la comunidad humana. ¡Qué bueno sería recuperarlo por la escuela e inculcarlo en el hogar!
Me pregunto si a los humanos nos importa saber del otro semejante que pasa por nuestro lado, si nos gusta o da igual quien sea o le pase a tal desconocido, con el que nada nos une.
Y recuerdo unos programas televisivos de Naturaleza en los que los animales se acercan, se observan y se dan a conocer, cada uno según su instinto, y asumen el encuentro, para confirmarlo o desentenderse, con actos propios corporales de su especie.
Al respecto pienso en cómo un adiestrador de perros enseña a sus dueños a domesticar a sus mascotas y, de principio, a dejarles que reconozcan a sus congéneres mediante el olfato en su trasero al coincidir en el paseo diario. Pues sí, esa es una forma de encontrase y reconocerse -saludarse- entre ellos.
Vengo a este querer contar diferencias en los usos de los saludos porque, también en estos comportamientos, la evolución social ha traído a los encuentros y despedidas nuevas maneras de hacerlo, más ligeras, desenfadadas y globalizantes. Modos que pueden convivir con fórmulas del pasado reciente aún en uso y que dieron paso a su vez a otras ancestrales, de grato recuerdo costumbrista y literario.
En los momentos actuales el “qué tal, fulano” o “como te encuentras, mengano”, puede ser de lo más común a la hora de encontrarse o llegar a la cita. Al despedirnos, es frecuente decirnos un adiós, esa derivación simplificada de los irse o quedarse “a la paz de Dios” y sus muchas derivaciones populares.
Ahí están por ende nuestras equivalencias lingüísticas del saludo español así considerado, como el catalán “adèu-siau”, el vasco “agur” y el gallego “adeus” que, asimismo, todos incorporan variaciones propias de la costumbre y el lugar.
Algo más coloquial o próximo se podría considerar el uso de fórmulas apoyadas en el propósito de un próximo encontrarse, cuando decimos hasta luego o hasta pronto, o similares como hasta más ver o hasta siempre, cuando no esperamos vernos a menudo.
Por supuesto que un saludo puede componerse con un deseo concreto y es habitual que se refiera a la salud, la fortuna, el buen resultado de algo por venir, y las gentes lo añadan tras haberlo motivado la conversación derivada de ese encuentro. Otro más completo es el de querer ser especialmente cortés.
De eso y por esto el titulado de este texto. Me viene de un querido profesor de mi primera enseñanza a quién le gustaba despedirse de nuestros padres y sus alumnos de esa manera y que debía utilizar preferentemente en sus relaciones sociales en general.
Yo, que reconozco me encantan las formas de hablar que aportan mensajes de entendimiento y pueden transmitir deseos de agradable relación, me permito decirle adiós, estimado lector, desde estos primeros días de enero con un “Que Ud. lo pase bien (este 2023)”
Joaquín Ramos López - 8 enero 2023
Tienes como siempre toda la razón.No hay mejor manera de exponerlo,gracias
ResponderEliminarA menudo cuesta despedirse, por muchos motivos: porque no se quiere una separar del otro, porque una no sabe cómo hacerlo o porque no quiere volverle a ver y no quiere que quede demasiado evidente. Para mí una fórmula neutra es "¡hasta la vista!", que, además, se corresponde con la pura realidad: hasta cuando nos volvamos a ver/encontrar/cruzar. Sin más ni menos pretensiones. Porque no olvidemos que, si quieres volver a ver a alguien, existen muchas maneras, tras la despedida, de hacerlo realidad. Y si no sabes si vas a poder o querer, la cortesía y amabilidad son importantes y sinceras.
ResponderEliminarMe parece muy acertada tu opinión Laura.
EliminarFelicidades por el escrito a pesar de los contratiempos que a veces surgen
EliminarCómo siempre, muy interesante! Gracias! Chon
ResponderEliminar¡Que tengas un buen día!
ResponderEliminarY ud también querido amigo.
EliminarGracias por participarme de tu artículo, que como siempre estupendo.
Personalmente, siempre he cuidado las formas de cortesía ,como el saludo y la despedida.
ResponderEliminarHace poco, me encontré una chica por la calle que me paró y saludó .
Así de pronto, no la reconocí, luego ya vi de quien se trataba (por suerte).
La traté siendo niña y ahora plenamente adulta, tras un intérvalo de unos cuantos años sin seguirle la pista.
Disfrutamos del reencuentro. A grandes rasgos me puso al corriente de su trayectoria personal y profesional.
Sonreí gratamente,cuando me recordó con cariño que yo cada mañana, sin escepción, saludaba uno a uno, por su nombre y mirándole a los ojos.
Al finalizar la jornada escolar y fines de semana, lo hacíamos de forma colectiva , como si de un ritual se tratase.
Era una forma de dar cohesión al grupo entre otros beneficios.
No creí que esta simpática rutina , tuviera su relevancia al paso de los años.
Me alegra saber que sí la tuvo.
Sí ,al saludo, a la despedida , por favor, muchas gracias, lo siento , etc etc y a todas aquellas palabras amables.
Buenas noches
M. Casas
El reencuentro, el saludo desde mi punto de vista son formas de revivir y convivir . Gracias por tus aportaciones , Joaquín. Me dan pie a la reflexión. JLT
ResponderEliminarEl saludo es conveniente. Sirve para relacionarnos, sin mayores objetivos, con las personas que habitualmente conforman nuestro entorno, añadiendo un grado superior de cortesía y de humanidad. Nos damos cuenta, hoy en día, de un descenso en su uso, principalmente en los comercios o locales donde existe un continuado flujo de personas, seguramente por estar en decadencia e inoperantes las antiguas normas de urbanidad, y, probablemente por un mal entendido modernismo en las actuales relaciones sociales.
ResponderEliminarUn abrazo.
Joaquín ,tus escritos como siempre muy acertados.
ResponderEliminarUn abrazo Paquita