Observo con frecuencia cómo el envoltorio de nuestra vida diaria nos aprieta a modo de corsé moral cuando toca asumir un precio desproporcionado en la compra o no conseguimos una ayuda social justificada, por ejemplo. Pensamos, entonces, que aquello que consideramos improcedente e injusto es una inmoralidad.
Casi siempre se trata de un juicio de valor, de un posicionamiento interesado, desde noble a espurio, da lo mismo el listón, porque en el fondo subyace cada personalidad, pero casi siempre es un llanto social.
Más allá de definiciones culturales y filosóficas, donde la moralidad es el palacio de la moral, como facultad espiritual del ser humano, se esperan del quehacer de toda persona o colectividad unos buenos comportamientos.
El problema surge cuando el criterio de moralidad entra en colisión con el interés, la circunstancia o la razón, o sea, se considera estar actuando adecuadamente y, no obstante, se arriesga obtener un resultado moralmente inaceptable.
Determinados acontecimientos son calificados de acuerdo con una moral objetiva -cosa buena- si son conformes con lo que se espera del común partícipe de esa determinada cultura. Y hasta se estima como ética si esa calificación es normal y universalmente es así considerada.
Un querido contertulio, no hace muchos días, comentaba compungido cómo estábamos consintiendo -nosotros, decía él- que tantas cosas que nos afectan y sabemos con rigor que están mal gestionadas y son potencialmente corregibles, son ignoradas descarada e impunemente permitidas. Y, por eso, inmorales.
Hablábamos de precios del consumo y servicios domésticos, injusta fiscalidad, flaqueza judicial, ignominia política, estafa democrática, falsedad informativa, mentira oficial, desamparo policial, fracaso escolar, derrumbe laboral, y tantas calamidades (infortunios y personajes) que endurecen nuestra vida.
Otro amigo de la cábala, positivista él y macanuda persona, apostaba por las buenas cosas que aún nos quedan y rompía lanzas a favor de la segura corrección de aquellas malas carencias.
Y tenía razón el hombre; poner enfrente las cosas buenas que tenemos, sacrificar prebendas amorales y sacar a flote respuestas hasta ahora encogidas. Es decir, defender lo racional ante el fiasco.
Porque ¿adónde queda la moralidad o inmoralidad de lo que hacemos o nos hacen? ¿Cómo podemos enjuiciar los meros mortales los actos de quienes nos parecen listos vividores a nuestra costa? ¿Quién o quiénes podrían darnos la vuelta a unos y a los otros para que los resultados fuesen moralmente estupendos?
Creo, por ejemplo, que es inmoral que un agricultor, un camionero, un sanitario, un bajopensionista (segmentos económicos hoy mismo en cuestión) no dispongan de ingresos justos para una vida ordenada que prime su esfuerzo y dignifique su persona. Mientras, otros intervinientes ¿necesarios? engordan precios al consumo a la vista incongruentes e injustos.
Pienso también que es inmoral que algunas personas vivan “gratis” a cuenta del sacrificio económico de los paganos contribuyentes y muchos, de paso, obtengan ingresos “indirectos”. Que eso suponga falsear su condición de desempleados o el estado real laboral de otros que tienen contrato (discontinuo) y cobran el desempleo.
Me acuerdo asimismo de los incumplidores fiscales, de consentida práctica. De los responsables políticos, con su engaño social permanente. De bastantes profesionales “libres” incontrolables. De quienes pasan por alto incompetencias e incumplimientos que comportan daños. De trastocadores de la información que confunden la voluntad ciudadana. ¿Cabría en sus actos alguna deseable moralidad?
Como siempre extraordinario.Gracias por tenerme informado con tus escritos
ResponderEliminarFelicidades por una nueva reflexión que debería hacernos pensar a todos
ResponderEliminarEl concepto de moral, o la moralidad, abarca tanto a las acciones que son consideradas buenas, como a la rectitud en el obrar, o un estado de ánimo. Su interpretación es tan amplia como los humanos que opinamos dándole un valor según nuestro criterio.
ResponderEliminarLos ejemplos son variados e inducen a pensar que , en según qué casos, el tiempo modifica su valoración; por ejemplo en las costumbres y las modas. También podríamos detenernos en el cobro de intereses por una deuda, o en las mentiras que se ocultan detrás de una campaña electoral, etc.
Entrando en tu pregunta, me atrevo a pensar que, seguramente, muchos actos que unos consideramos inmorales, sus actores los consideran aceptables dentro de las normas vigentes, y otros prefieren no hacerse más preguntas y "a vivir, que son dos días".
Un abrazo.
Interesante tema de reflexión, el de la moral.
ResponderEliminarCambiante a lo largo de los tiempos...
Ciertas conductas actuales, resultarían inadmisibles hace cincuenta años o incluso menos.
Así seguirá sucediendo…
Forma parte de la evolución.
Por no hablar de la doble moral que también existe , camuflada desde la hipocresia y las apariencias.
O la ráncia y deleznable moral que pretende ser ejemplo de buena conducta y rectitud, encubierta desde valores religiosos y evangélicos.
O la Moral institucional, justificada desde el poder.
Para mi la de peor magnitud.
En fin; allà cada cual con su “moral”
siempre y cuando nos ayude a alcanzar nuestra mejor versión.
Montse C.
La falta de moralidad o la existencia de inmoralidad tiene su origen en algo muy simple: el individualismo. Al final, se trata de convivir y compartir, vivir en comunidad, y la moral debería ser común a dicha comunidad (grupo de personas) porque son el conjunto de normas o costumbres consideradas buenas para el funcionamiento de la misma. El (buen) comportamiento. Pero en el momento en el que se pasa a pensar (únicamente) en uno mismo, se pierde esa moral. Es imprescindible ser individuo, pero es necesario saber comportarse en grupo. La individualidad ha de sumar, nunca restar. O así lo veo yo.
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