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Lealtad y Fidelidad, virtudes añoradas


Cuando elijo escribir sobre un tema, me gusta escudriñar entradillas y textos varios que puedan estar relacionados con lo que debo sentir al respecto de su valor, interés o curiosidad y que habrá de suponerme decidir elaborar mi artículo. 


Para esta vez he seleccionado esta frase: “La lealtad es cosa de la que todo el mundo habla y muy pocos la practican, por la sencilla razón de que no es una posición espiritual al alcance de todo el mundo, ni todo el mundo está preparado para ser leal.” (Ramón Carrillo, 1906-1956)


Ciertamente tal afirmación, por estimable que merezca ser, a mi me parece severa y drástica, si bien he de asumir que los pros y contras del avance social y la dulcificación creciente de las reglas que -dicen algunos- nos han oprimido hasta no hace tanto, han reducido mucho la predisposición a tales devociones de fidelidad.


Se entiende por lealtad la acción propia y permanente de un ser fiel hacia alguien -dios, señor, rey, maestro, pareja- o algo -profesión, organización, patria- al que ha decidido voluntariamente adherirse.



Practicar la lealtad asumida a semejanza de una vinculación comprometida con la ética y el honor es actuar con entrega y debida fidelidad a un propósito firme de no dar la espalda nunca al ser o finalidad elegidas.


Comportarse como una persona leal es lograr hacerse sentir objeto de confianza y creencia indubitada de honestidad. Es tender a notar la fe ciega en los actos desarrollados en favor de la causa devota a la que va dirigida la entrega escogida.


Otorgar muestras de incomprensión o dudas de personalidad hacia quien actúa lealmente solo puede corresponder a pensamientos contrarios a la libertad y al malicioso desdén por parte de quien las origina, si no lo sean por envidia e injusto rencor injustificables. 


Sentí pena, no hace mucho, al escuchar a un contertulio mofarse de alguien a quien, con cruda ironía le asignaba la condición de sentir “lealtad inquebrantable” por su líder político, obviamente contrario.


Por eso mismo, quien ha decidido ofrecer una determinada lealtad con todas sus consecuencias, o la practica como norma de conducta en sus relaciones interpersonales -normalmente consolidadas- es persona merecedora de especial estima. 


La principal característica de la lealtad es la fidelidad. Considerada esta como la capacidad de no engañar; la virtud de cumplir con una promesa. Es la fidelidad en el amor, la amistad, el deber. Con su constancia en el compromiso. 


También y necesariamente es la confianza en uno mismo y en sus convicciones. Incluso será el camino de la exactitud buscada, apoyada en la regularidad y persistencia del mérito, mostrando la entereza de quien no defrauda nunca.


Siempre voluntaria, nunca obligatoria, la fidelidad exige nobleza de miras y enfrentarse con fortaleza a la difícil realidad cuando se presente un obstáculo duro de pelar que la ponga a prueba.



Y refiriéndome a estas cualidades, esta doble virtud que son  la  lealtad-fidelidad ¿qué ejemplo mejor citar que el matrimonio? Ese compromiso contractual que vincula con propósito de permanencia la unión integradora de dos personas que, sabedoras de posibles vicisitudes, apuestan por una felicidad compartida. 


Hay otros tipos de fidelidad menos virtuosos por impersonales, sin desmerecer a su especie. Esas mascotas de compañía y auxilio que siempre están dispuestas a mostrarnos su afecto. 



Y no quiero olvidarme de las artes y trabajos copias fieles a la realidad de su original o de su proyecto que alcanzan cotizaciones importantes y confunden a sus autores. O de esa alta fidelidad adjudicada a productos, representaciones y actos de mucha estimación que honran a sus principales.


Comentarios

  1. Joaquín ramos jr8 de mayo de 2022, 20:29

    Felicidades por este nuevo artículo

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  2. Me ha interesado y comparto el contenido de tu artículo. Gracias por hacernos partícipes.

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  3. Como siempre acertadísimo y extraordinario

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  4. Interesante tena, mi hijo está haciendo su tesis doctoral sobre ética y pólitica, desde los griegos.

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  5. La base de la lealtad y la fidelidad, para mí, es la honestidad. Si eres honesta contigo misma y con lo y los demás, entonces puedes ser leal y fiel. Los valores están entrelazados desde un principio. Si se rompen, algo fallará. Y no es que no tenga que pasar; ¡claro que puede pasar, somos humanos! Pero sólo con los cimientos claros, sabremos dónde ha habido el punto de inflexión. Y ser honestas también lleva a tomar decisiones importantes: quizá no para mantener la fidelidad o la lealtad, pero sí para no romperlas. Una retirada a tiempo puede llevar a una difícil asimilación de las cosas pero también a la aceptación de las mismas, si no se han 'roto' los valores.

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  6. Felicidades por tu artículo.Interesante y bien analizado como siempre.
    Un concepto bien elegido y un tanto en decadencia en la sociedad actual.
    A título personal, ya es cosa de cada uno y de sus principios.
    Cuando se habla de “crisis de valores”, está claro que se bebería incluir también este.
    Poner en práctica la virtud no está de moda lamentablemente.

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  7. Lealtad y Felicidad, que bonitas palabras para quien las hace suyas poniéndolas en práctica desde la niñez. Cierto es que con el paso del tiempo, si no tienes esos valores muy arraigados, pueden surgir dudas; pero la Lealtad es pura nobleza y deriva en Felicidad. Una vez más me ha encantado tú escrito.

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  8. Felicidades por haber tratado este tema, en el que se funden varios conceptos: la lealtad, la fidelidad y hasta la honradez, todos ellos con suficiente carga de sensibilidad.
    Personalmente, concibo más la lealtad como una toma de decisión de tipo personal o político, sobre un ideal que colma mi grado de consentimiento y actuación. Sin embargo, la fidelidad, la percibo como un sentimiento más personal que actúa por encima de cambios temporales y vitales. Son dos ejemplos de ello la fidelidad conyugal - aunque hoy en día muy maltratada- y la que se desprende de la amistad.
    Sinceramente, no creo en la "lealtad inquebrantable". Respeto quien la practica, pero no puedo atarme a una idea monolítica, sin tener opción a su adaptación a los sucesivos cambios que, sin duda, deberán realizarse durante su existencia, adaptándola a cada circunstancia. Obviamente, sin que pierda su esencia.
    Abrazos.

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