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La fachada de la casa, espejo de la comunidad


Con este título me acojo al trillado símil respecto de la apariencia de nuestra cara, para opinar esta vez sobre mis pareceres de haber contemplado más de una fachada de casas de vecinos, esos edificios de viviendas por plantas donde se cobijan tantas familias  con sus pertrechos, y que bien pueden trasmitir su “alma” interior.


A cualquier arquitecto, cuando diseña un proyecto de edificación donde la construcción vaya a requerir una “vestimenta” que cubra y dignifique el cuerpo interior de su obra, estoy seguro que le anima una especie de ilusión artística. 


Sin duda, todas las edificaciones tienen un fin principal y este radica en la utilidad para lo que se construye. Pero desde una nave industrial hasta un palacio de congresos, encontraremos fachadas que armonizan, estilos y gustos. Algunas llegan a ser verdaderas obras de arte y resultarán deleite de mucha gente.


Obviamente, casas para viviendas, hoteles y edificios para oficinas, contarán con espacios abiertos y traslúcidos mayoritariamente, mientras que edificios que requieran otras finalidades pueden ofrecer paramentos más cerrados.


Centrándome en los edificios de “pisos” y alejándome de cuestiones de calidad y diseño, doy por entendido que su aspecto exterior es correcto, digno y hasta personalizado. Pero mi interés hoy está en cómo apreciar el uso, estado y aspecto de su fachada, ya pasado un tiempo significado de su puesta en servicio.


Es aquí donde se pueden extraer sensaciones y deducciones de lo más interesante. La primera conclusión es observar la multiplicidad de alteraciones que se van produciendo con el paso del tiempo y, presumiblemente, también con el del cambio de sus ocupantes. Con ello, han ido apareciendo en la fachada elementos ajenos al origen.


Ocurre que, las fachadas exteriores o principales, tienen regulado por normas urbanísticas su condición de ser, su unidad integral y, conforme a las leyes ad hoc, se estipulan los límites de uso y la armonía de su fábrica, así como la condición de lugar no privativo.


Paredes, ventanas, balcones y terrazas son objeto con demasiada frecuencia del destino de reformas, artilugios, trastos, y colgaduras varias, a gusto -o disgusto- de dueños e inquilinos -con indebida o sin autorización del propietario- que dañan o afean la fachada.


Se podrá argumentar que pasados unos años se deben cambiar los ventanales conforme a una nueva decoración, o para mejorar el aislamiento térmico, por ejemplo. Conveniente es, pero también que se respete el tamaño y forma del cerramiento y se mantenga la uniformidad estética exterior.


Bienvenidas sean las reformas para nuevas comodidades, pero debería ser tenida en cuenta la ornamentación y conservación de la fachada en su conjunto y evitar colgar aparatos acondicionadores o  extraer tubos y rejillas de expansión de gases y líquidos.


Y esos cerramientos de balcones y terrazas, hechos para ganar espacios interiores, pero contrarios a la uniformidad exigible de mantener integrada la fachada. Sobre todo habiendo soluciones arquitectónicas que pueden convenir a todos los comuneros.


Están, así mismo, esos balcones-trastero, donde igualmente cabe de pie una bicicleta, que una cama turca o la escalera doméstica de aluminio. O la barandilla está recubierta de una desentonadora tela protectora para que el niño que se asoma o la mascota que nos acompaña, salgan y no peligren.


¿Y qué me dice Ud. de la ropa tendida para su secado? Entiendo que subsistan viviendas que carecen de patio interior, o terraza comunitaria y se vean abocadas a colgar la ropa en la fachada principal. Pero también hay familias que creen se trata de una práctica no estética y buscan las soluciones existentes. Lo indebido es quién “pasa” olímpicamente de los demás.


De unos años a esta parte se ha generalizado la colocación de banderas, pendones, pancartas-protesta y toda una suerte de colgaduras entre respetables por un día e impertinentes para siempre.


Porque bien está que se manifieste un sentimiento adornando una onomástica, o se de la bienvenida a un advenimiento positivo para la comunidad. Otra cosa será transformar la fachada en una tribuna o pantalla exponiendo o reivindicando una solución personal interesada y no compartida necesariamente por todos los residentes, además de no estar permitida reglamentariamente.


Si Ud. desea comprobar mis impresiones -y no pretendo las haga suyas- solo tiene que elevar la mirada hacia las fachadas de las casas por las que vaya pasando al hacer su próximo paseo ciudadano. A buen seguro verá y añadirá alguna más de esas manifestaciones impropias de un deseado decoro estético urbano. 


Y podrá preguntarse si todo está bien y decir que no pasa nada, aunque las cosas que importen a todos -o casi a todos- no vayan con ellos, porque cuenta su conveniencia y derecho (?) frente a los demás. O sea, la decadencia colectiva.


Comentarios

  1. Lamentable espectáculo el que brindan los edificios donde cada cual impone su mal gusto y falta de respeto a la comunidad.
    Debería prohibirse tanta chapuza.

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  2. Joaquín,como siempre lo has bordado !!!! tu escrito de hoy es la verdad de lo que está pasando con las fachadas.
    Un abrazo

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  3. Existen normas en casi todos los ayuntamientos, que regulan el uso de los espacios que componen las fachadas de los inmuebles de su población. Ahora bien, no todos los edificios habitados poseen una comunidad de vecinos que vele por su mantenimiento y embellecimiento. Depende en gran parte de su poder adquisitivo, así como del grado de civismo que impere en cada edificio.
    En Barcelona, existen calles que, en su día, eran un referente en cuanto a belleza, calidad de sus comercios, cuidado de su limpieza, pulcritud en el aspecto exterior de sus fachadas, y que hoy en día ofrecen un aspecto deplorable en todos los conceptos. Me refiero, por ejemplo, a las calles Ferran, Jaime I, Princesa, dentro del antiguo "barrio Gótico", que han sufrido una transformación, fruto del relevo de su población en varias décadas, hacia un vecindario con un bajo nivel económico cuyo principal objetivo es su subsistencia.
    De todas maneras, siempre prevalecerá la calidad ciudadana de cada vecindad, en el aspecto y cuidado del inmueble que habitan, frente a la desidia de otros, al margen de su nivel económico.

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  4. Antiguamente los urbanos vigilaban muchas de las cosas que cuentas en tu escrito,pero ahora es que ni se ven por la calle.Como siempre explendido..gracias

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  5. Toda una exposición de posibilidades al mal gusto y estética desacertada.
    Yo siempre me he preguntado cómo debe de ser el interior de estas viviendas.
    Los balcones y terrazas dan al exterior y son perceptibles a todos los que pasamos,pero el interior sólo a quienes viven.
    Igual nuestra imaginación no daría para tanto y mejor no verlo.
    Me entra la risa en pensarlo…
    En una ocasión leí, que el exterior de las viviendas son un fiel reflejo de sus moradores y en conjunto, de los habitantes del lugar.
    Ni más ni menos.

    Montse Casas

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  6. A veces una pasea por la calle cabizbaja... nunca me había planteado si era un gesto natural (seguir el camino sin caerse) o algo 'natural' (para que la vista no choque con paisajes desalentadores como los de las fachadas...). Es evidente que sobre gustos, colores, y que todo el mundo es libre... pero precisamente por ello, habría que respetar que los gustos de cada uno son los que son y mejor: 'de casa para dentro'; y en el exterior mantener un mínimo de 'estándares' que nos hagan sentir cómodos a todos. Se puede compartir nuestra visión de la estética, pero es imprescindible no dañar 'la vista' del resto al hacerlo.

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