En los años cincuenta del pasado siglo, en algunas ciudades españolas, aún se explicitaba en cartelería callejera el reproche social de la mendicidad.
Recuerdo haber pasado yo mismo a diario, camino de la Escuela de Comercio, bajo una placa que rezaba: Prohibida la mendicidad y la palabra soez.
De la primera intimación, mi primera adolescencia sentía a menudo disgusto y lástima. Pensaba en lo degradante que era considerar a una persona ser mendigo o pobre de solemnidad, como se decía.
Todavía entonces se arrastraban penurias de pobreza manifiesta presentes en la vida de esos seres que habían constituido la mayor parte de nuestras poblaciones y que tras una dura edad media aún se prolongó en la moderna. Y, lamentablemente, perdura en grandes áreas de la humanidad.
Ahora, en este veloz siglo XXI, esta edad que los historiadores quieren denominar “mundo nuevo”, tenemos entre nosotros a nuevos mendigos. Esos aprovechados que ofician la mendicidad profesionalizando la del personaje miserable tradicional.
Creo tener razones y confío me sean compartidas que justificarían volver a cartelar calles invitando a erradicar la nueva mendicidad. O practicar alguna ingeniosa idea municipal para eliminar tal lacra de nuestras calles.
En un viaje de pocos años atrás visité la ciudad de San Francisco (EUA) A la vista desde el bus turístico de un mendigo solitario, nuestro guía local aseguró ser una excepción. Al parecer, el municipio tenía decidido asignarles 500 dólares al mes para no dejarse ver; verbigracia, si no era chanza, emigrar a otro lugar.
Al referirme a la mendicidad no deseo citar a la pobreza, pues entiendo a una desvinculada de la otra. Tanto así que, padecer pobreza no justifica ser mendigo y oficiar mendicidad ofende la dignidad del practicante.
La pobreza es variada, tiene tipos, especies, orígenes, situaciones y lugares. Merece comprensión y requiere apoyos y soluciones. Exige responsabilidad pública y solidaridad social.
La dignidad realza la categoría de ser humano del pobre cuando este trata de combatir su infortunio material procurando acceder a las vías establecidas para su superación.
Sin embargo, la mendicidad es un lastre se mire como se quiera. Seguro que podrán considerarse sus motivaciones íntimas o circunstanciales, pero pocas serán irresolubles. Cuando menos en nuestro entorno, la mendicidad es una opción alternativa voluntaria.
Si tildo pillastre al mendigo -urbano por excelencia- es por su actitud farsa de pedigüeño, de más que dudosa indigencia. Es un oficiante, de obrar como profesional de la limosna, que vive de su ingreso abusando de la caridad de otros.
¿Qué digo, de la limosna? Si es casi de un irreverente petitum, cuando al reclamar la atención del transeunte, le expone una letanía laica, pide y hasta pone cifra al dinero que desea.
Multiplican su presencia en la calle, en la puerta de la iglesia y en la del supermercado, en aledaños de espectáculos, estaciones, paseos, bares. Los hay por zonas a modo de núcleo propio; de jornada laboral horaria o de límite recaudado al día. Exclusivos y franquiciados. Y tenemos hasta “pordosieros sin fronteras”
Y por demás, el penoso espectáculo de “empadronarse” en la calle, extendiendo colchones, cartones, instalando iglús de lona, sembrando inmundicia y dormitando canes. Despreciando las especiales y apropiadas asistencias municipales.
Todo ello y más -incluida la ocupación ilegal de viviendas y locales- que casi nadie aprueba pero, paradójicamente, autoridades y otros activos asociados no gubernamentales toleran sin rubor presumiendo de bienhechores pero girando el rostro a la sensatez.
Ahí está creciendo a diario esa infecta imagen de tantas urbes, restando prestigio a sus nombres tan acreditados con esfuerzo de creatividad y gasto para lucir atractivo de gozo propio y extranjero. ¿Quién dirá basta? ¡Que salga pronto de su ostracismo político!
Pues si, desgraciadamente la pobreza se ha convertido en un negocio y cada vez va a mäs.felicidades por artículo
ResponderEliminarEfectivamente, pasear por la calle y encontrarte con una serie de personas apostadas, generalmente en calles céntricas, pidiendo limosna, es una realidad que se ha acrecentado en los últimos años.
ResponderEliminarEl tema es controvertido por las diferentes causas que pueden motivar esta mendicidad, tanto a nivel social como particular de cada persona que la practica. Ahora bien, por desgracia, se trata del descenso a un nivel infrahumano de las personas que caen en el abandono de nuestra sociedad.
Creo que tanto nuestros políticos a nivel estatal y autonómico, como nuestro Ayuntamiento, deberían dirigir sus esfuerzos en dos direcciones paralelas: Por un lado, hacer cumplir las ordenanzas municipales en cuanto a sanidad, habitabilidad, policía, etc., impidiendo el actual caos. También el Estado, ajustando leyes para que no existan personas sin medios de subsistencia por impedimentos legales.
En paralelo, incidir en la problemática de estas personas, facilitándoles su incorporación en albergues municipales, su reciclaje laboral, su reinserción en la vida social, etc.
El procedimiento neutro actual es estéril y facilita el "efecto llamada", ya que a las puertas de una nueva primavera, veremos incrementar el número de indigentes arribados en busca de mejor clima y permisividad.
no puedo estar más de acuerdo, igual que con lo expuesto por el autor del artículo
Eliminar"Más triste es de pedir, pero más triste es de robar" es una frase que oímos habitualmente las personas que viajamos en el metro. También vemos carteles que explican el problema que tienen las personas detrás de ellos, a veces en cartones con faltas de ortografía, otras en papeles plastificados y a color, e incluso algunas indicando el número de teléfono móvil para realizar un Bizum. No es justo meter a todo el mundo en el mismo saco, como bien decís tanto el autor del artículo como los que lo comentáis; no es justo entender lo mismo por pobreza que por mendicidad o indigencia... 'simulada', porque pagan justos por pecadores.
ResponderEliminarLos que, afortunadamente, no nos encontramos en una situación delicada (ahora, quién sabe mañana), nos sentimos mal por ser egoístas y no ayudar suficiente; mal porque algunas veces cuando lo intentamos, nos toman el pelo (o lo sentimos así); y mal porque nos escudamos en la realidad de nuetro día a día.
A nadie debería faltarle un plato en la mesa porque somos semejantes. Deberíamos ir a la raíz de cada problema pero como sabemos que eso es harto complicado, tal vez sería necesario dar las herramientas para que estas personas sientan el aliento de todos las demás: "no quiero que me des, quiero que me ayudes a salir de esto, para estar mejor, para seguir viviendo pero con dignidad, para aportar algo (sobre todo a mí mismo, como persona capaz de no costarle nada a nadie y sentirme bien) y para que la vida no sea un sinvivir para nadie". No debemos dar pan, hay que enseñar a hacerlo; pero hay que querer ver el problema e intentar resolverlo.
Y a los que usan estas situaciones tan duras de supervivencia, como 'negocio', hay que darles reprimenda, porque no es justo para nadie.
Esta es otra problemática, para la mayoría de nosotros, que no tiene solución, va en la condición humana de las personas y no hay administración pública que pueda con ella por más recursos que se asignen. A primeros de las años 80 tuve la oportunidad de trabajar en este campo en el Albergue de San Juan de Dios en Barcelona integrado en los servicios sociales del Ayuntamiento, por muchos esfuerzos,por muchos recursos implementados para sacar a esas personas de su situación, son ellas mismas las que no están dispuestas a cambiar sus vidas y salir de allí. Hay problemas familiares, psicológicos, de dependencia, de formas de entender la vida,etc,etc. No tiene solución y la represión no arregla nada. Esta situación forma parte del tejido social en el que vivimos.
ResponderEliminarMe parece quexes un problema universal el vivir de la mendicidad explotando que causan en el prójimo, sin querer generalizar, pero en Mexico incluso, hay muchos de ellos,que perciben sumas importantes mensualmente, ahora el problema se nos ha incrementado con los migrantes, y se ha generado la duda ante la indiferencia de las autoridades, ¿Que es preferible, otorgar una moneda (no es por su valor, sino por fomentar la costunbre), o abstenerse, contribuyendo a orillarlos a delinquir?
ResponderEliminarGracias Joaquin por tus siempre valiosas aportaciones que nos hacen meditar. Abrazo !