Lo vi venir de lejos y dudé si podía ser el mismo. Hacía muchos años que no sabía de él y en algo parecía haber cambiado su figura, pero no su movimiento corporal. Tenía que ser aquel compañero de estudios con quien tan bien nos llevábamos. Al llegar a mi alcance, casi le espeté un gozoso “Paco, buen amigo, cuánto tiempo, qué suerte verte, ¿cómo estás?”. Respondiome entre sorprendido y descubierto “Ostras, Joaquín, ni imaginar encontrarte, mala pata la mía pues me coges en mal momento, tengo mucha prisa ¿quedamos para vernos otro día? Dame tu teléfono y hablamos”.
Al efecto de mi reflexión, define nuestra RAE la prisa como “necesidad o deseo de ejecutar algo con urgencia”. Dejaré lo necesario, sea por natural, obligado o imprevisible, para centrarme en lo deseable, en tanto en cuanto sea saber, conocer y hacer cosas corrientes entre humanos que requieran una actividad.
Las personas adoptan costumbres que procuren compatibilizar su perfil y el entorno social y gestionar sus necesidades y servidumbres de forma que el resultado buscado les suponga satisfacciones. Sin embargo, en ocasiones, incluso por hábito, el ritmo y costo del logro carecen de una buena administración.
En la ciudad es común sentirse llevado por una vida más dinámica que imprime asumir hacer las cosas, todas, más deprisa; las distancias, los sonidos materiales, la velocidad del tráfico, los cambios constantes del paisaje urbano, los horarios comerciales. Todo ello supone y se acepta así un vivir más rápido.
En las poblaciones menores esos mismos factores quedan normalmente reducidos, sin que necesariamente los residentes dejen de resolver sus necesidades y gustos, aunque de una forma más tranquila. Claro que las urbes pueden ofrecer más amplia variedad de opciones para los mismos objetivos, pero ¿está justificado siempre, gustos o dependencias aparte, vivir deprisa?
Curiosamente, los urbanitas añoran la vida rural al estimar -si bien no la conocen de cierto- que los lugareños de su destino vacacional la disfrutan mejor, por considerarla más placentera y sin embargo no renuncian a seguir con la suya e incluso descartan plantearse la posible alternativa. Mientras, las personas que residen en pueblos y ciudades más pequeñas, huyen de la ciudad grande una vez han ultimado aquello que precisaron resolver allí, generalmente tras reconocer que ser de la “capital” tiene su rango.
Pero en unos y otros núcleos estamos dos clases de individuos: presurosos y tranquilos. Aprendí hace tiempo que la prisa es mala consejera y así lo sanciona nuestro sabio refranero popular: “vísteme despacio que tengo prisa”. No obstante, parsimonia y lentitud tampoco pueden excusar a la tranquilidad.
Podría decirse que la prisa sacrifica en aras del tiempo la ponderación, el contraste y la validación de una resolución. No se me escapa que el éxito de muchos logros sea el de la oportunidad de su consecución y en ello influya la ventaja añadida de ser rápido; de reflejos, de velocidad de llegada, de información dispuesta, de anticipo y hasta de osadía. La elección estará en cada cual, aunque el balance favorable de una campaña, de una investigación, de una labor, de una compra, la dejo para las decisiones donde prime la reflexión habida para las variables contempladas en su análisis.
Algo muy relacionado con la prisa y muchas veces a modo de justificación, es el recurso al manido “no tengo tiempo”. Verdad es que a muchos nos gustaría hacer más cosas y a otros les conforma más el ocio. Sin embargo, la falta de tiempo suele ser la excusa con que la prisa se ampara en lo imposible, cuando el problema del tiempo solo lo resuelve su buena administración.
Recuerdo muchas veces a una persona conocida en mi recorrido profesional que, ante la forma de trabajar de un compañero, solía argumentar “este no hace nada a toda marcha”. En cambio, yo podría incluirme entre los que “buscan lo mejor y arriesgan perder lo bueno”. La conformidad puede quedarse en la forma de entender y aceptar que tus actos te supongan algo de felicidad.
Es agosto, es tiempo de vacaciones y descanso. Disfrute de estos beneficiosos días, haga cosas sin prisa, tranquilamente, saboreando el momento, probablemente se convenza de que podrá seguir así y relajar su vida siguiente.
ResponderEliminarBuen artículo.La prisa en una enemiga.
Sin dudar, me habeis educado en la sabiduria de que las prisas nunca son buenas, lo dice uno que va a mil a todas horas pero que poco a poco voy corrigiendolo, por eso es importante reflexionar antes de hacer algo, aunque en estos tiempos todo vaya muy deprisa, felicidades por texto
ResponderEliminarGracias querido vástago. Confirmo y aprecio esa evolución tuya hacia una actitud más reflexiva ante lo retos del rápido vivir.
EliminarOjalá muchos imitaran esa conveniente reacción por estimarla yo muy beneficiosa.
Muy buena reflexión. "De las prisas no queda sino el cansancio", decimos en mi tierra.
ResponderEliminarA mí, a menudo me tildan de lenta. Y es verdad. E intento mejorar en ese aspecto. Pero también es cierto que lo hago sin prisa. Ir rápido o deprisa no implica precipitarse, si se cuestionan las cosas a su debido tiempo (con pausa: es decir, sin prisa pero sin pausa).
ResponderEliminarPor experiencia sé que vamos tod@s acelerad@s tratando de llegar a mil sitios y cosas. Pero lo importante es, a mi modo de pensar y actuar, que en cada sitio y/o a cada cosa le dediquemos el tiempo preciso. Cuando estás en algo o por algo o para algo (o alguien), sea más o menos tiempo ¡¡¡no debe existir la prisa!!! Hay que darse al 100%.
Es decir, Laura, lo importante es estar a su debido tiempo y permanecer lo conveniente. Lo rápido o lento de una acción no debe estar condicionado al tiempo sino al éxito o satisfacción del hecho.
EliminarSolo que, la serenidad de una reflexión útil no entiende normalmente de mucha prisa. O sea, creo coincidir contigo.
Querida hermana despacito y buena letra, si hacer las cosas bien es ser lenta/o, yo me apunto
EliminarGracias tato. Con introducción, nudo y desenlace puede hacerse algo más pesado. Cierto. Pero te ahorras explicaciones posteriores porque los argumentos son previos, están expuestos y contextualizados.
EliminarA veces, las prisas nos son impuestas por el propio ritmo de trabajo, ajeno a nuestra voluntad, otras por la diversidad de tareas familiares a las que nos vemos abocados, así como por el ambiente en el que , por inercia, nos vemos envueltos sin que ello represente nuestro ideal de vida.
ResponderEliminarPersonalmente creo que las respuesta que se debe dar a cada situación que se nos presente, ha de ser meditada y sin premura. Las prisas sólo conducen al error. La sola satisfacción de gozar de nuestro entorno y amistades ha de inducirnos a ponderar entre la rapidez y la efectividad.
Has dado en el clavo.
ResponderEliminarSoy rápida de nacimiento. Tengo un tiempo de reacción rápido, reaccionó de forma rápida, hago todas las cosas más bien rápidas que no lentas... pero eso no significa que vaya deprisa o tenga prisa.
ResponderEliminarCreo firmemente que ser lento o rápido puede ser una característica, pero lo significa ni implica directamente hacer las cosas fuera.de tiempo, ni en un caso ni en el otro. Hacer las cosas rápidamente no es lo.mismo que tener prisa por hacerlas. A cada cosa y a cada persona, su justa medida, su tiempo necesario.
Mary Carmen Martínez García
Totalmente de acuerdo 'yaya'
EliminarInteresante reflexión. Todos tenemos las mismas horas y los mismos minutos cada día. ¡Pero podemos decidir qué hacer con el tiempo de que disponemos!
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