Es sábado,
acaban de dar las diez de la mañana y está lloviendo, precisamente en el día de
la boda, que está prevista para la doce. Claro que es abril y más tarde saldrá el
sol, seguro. Y es primavera, que bien, porque tendremos una temperatura ideal,
templada, y si continúa la ligera brisa que ya tuvimos ayer, hasta no notaremos
la humedad. Qué bonito es el mes de abril; ideal para casarse y disfrutar del
viaje de novios… ¡ah, sí, es verdad, estamos en 1970!
Siento una mezcla de ilusión y duda razonable, que dicen que no te abandona nunca porque ésta es precisamente la esencia del paso a dar, el compromiso a asumir, el pacto de compartir la libertad personal y el resultado de elegir. Qué ganas y qué miedo tengo ¿nos saldrá bien? creo que sí. Y mientras llega el momento del “si”, pues me sobra tiempo porque me encuentro cerca de la Parroquia, recurro a soñar despierto para imaginar cómo podría cumplirse.
Nos casamos, con mucho sol, claro; nos bendice nuestro sacerdote preferido; usamos arras aragonesas portadas en manos inocentes complementando el ritual propio barcelonés; y hay más de cien invitados presentes y comensales después en el banquete nupcial. Y nos vamos solos ya, de viaje, a estrenar nuestra nueva vida, juntos para siempre como nos habíamos dicho en el altar, camino de la felicidad que deseábamos confirmar y mantener en adelante.
Tendremos
un pequeño y bonito piso para empezar y luego, como progresaremos en el
trabajo, nos cambiaremos a otra vivienda mayor, porque tendremos varios niños,
e irán a un buen colegio, viajaremos todos juntos, crecerán, educados en
nuestros valores y desarrollarán sus capacidades. Forjaremos una familia y
tendremos un muy feliz futuro unidos. Naturalmente, pasaremos por algún
inconveniente, tendremos que esforzarnos bastante, aunque será el precio justo
de obtener las muchas cosas buenas que vamos a vivir.
¡Uy, que
sueño si hoy se cumplen nuestras Bodas de Oro,
si han pasado 50 años! Bueno, debo decirlo: MÁS CINCO DE NOVIOS.
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