Anda el personal bastante revuelto con la brutal subida de precios que viene produciéndose desde algunas semanas atrás en prácticamente todos los productos y servicios de lo cotidiano.
Y nos dicen que va para largo. Nos dan cifras y porcentajes en todos los parámetros al caso que no veíamos hace mucho, algunos desde el otro siglo. Por demás, de expectante preocupación futura.
Nos cuentan razones de todo tipo, empíricas (ciencia económica) y causales (ciencia milonga) y hasta se atreven a lanzar culpables en la arena de otros circos, lejanos eso sí, pretendiendo justificarlo.
Se ha creado una correa de transmisión que inician los institutos economicistas, hacen suyos los telediarios, se parlotea en el templo democrático, sigue por los mercados de abastos, baja por la comunidad de vecinos y llega a la mesa de la cocina para cenar ¡lo que se pueda!
Pues oiga “no me lo cuente” pues ya vengo notando la realidad en mi monedero, vacío bastantes días antes de percibir la paga. Sería mejor, más honesto, que me lo explicara. Me “pone” poder saber cómo se llega al precio final de lo que compro, pero de verdad.
Traigo a colación algo que todo el mundo va a entender. ¿Se acuerdan del advenimiento del Euro? Nos lo evaluaron -otros- a 166’286 pesetas la unidad. Recuerdo, por ejemplo, más/menos, que un café o un periódico costaba 100 ptas.
Al día siguiente pasaron a “valer” 1€ y la tienda de Todo a Cien cambió su rótulo por el de Todo a 1€. De golpe, mágicamente, entre todos produjimos un sobre coste del 66’3% y el salario siguió siendo el mismo, eso sí, traducido a euros con tres decimales. Obviamente, todos los productos tuvieron ajustes inflacionarios.
Poco más tarde se eliminó el “milésimo” de euro, porque no cayó bien y estorbaba. Siguen los céntimos, pero se quedarán para las facturas y saldos bancarios, pues las monedas pesan en los bolsillos y ¡para lo que sirven! Hemos olvidado lo del grano y el granero.
Teníamos la inflación invernada, los tipos de interés neutros, se actualizaban racionalmente ingresos y gastos y ganábamos en calidad de vida. De pronto, descaros políticos internacionales y falsas culpas de la naturaleza, nos abocan a la ruina económica.
Tengo para mí que nuestro imperfecto sistema capitalista, y no va por colores políticos, si no piense Ud. en China, requiere alguna importante corrección de los principios que lo justifican y de las prácticas reguladoras que lo sostienen. Porque determinadas condiciones sacrosantas generan algunos demonios bien vestidos.
Diré algo elemental: no es lo mismo “cuesta” que “vale”. Las cosas y los servicios cuestan la suma de su materia prima, el trabajo aportado, servidumbres y tasas, más el margen razonable del productor o importador. Y valen lo que pagamos al adquirir o contratarlos.
Porque, díganme ¿es razonable que un litro de aceite de oliva valga ahora más del 36’5% (información de TV) que hace un año cuando lo producimos en España y hemos tenido una cosecha de 1,38 M ™, asimilable a las anteriores campañas? (Fuente:https://es.statista.com/estadisticas/516683/produccion-de-aceite-de-oliva-en-espana/)
¿Por qué las patatas o nuestras exquisitas frutas que cuestan producirse lo mismo que antes, han de valer y pagarse ahora (nos dicen por culpa de la guerra de Ucrania) a precios estratosféricos?
Y ¿para qué contar lo de los combustibles? Sencillamente repulsivo.
Si no es razón ni causa suficiente ¿Quién le pone el cascabel al gato? ¿Quién? ¿NADIE? El sistema se prostituye a sí mismo. El porqué se difumina, como una nebulosa o calima que nos ensombrece anímicamente y castiga nuestro impenitente bolsillo.
Empresas y gobiernos, incluidos los supranacionales, debieran tomarse en serio a la ciudadania sometida a sus conveniencias. Cambiar el camelo por la explicación cierta y actuar interviniendo decidida y racionalmente con consenso, autoridad y respeto democráticos. ¡Y denunciar los claros abusos contra los precios justos!
¿Habremos de ser nosotros, la gente común, cuando podamos, los que redireccionemos esta situación? ¿Deberemos cuestionarnos si vale la pena pagar por costumbre lo que nos pidan -se entiende en lo necesario y básico- o si hay que cambiar actitudes de compra y gasto condicionando el provecho de unos y de los otros?
Como siempre excepcional
ResponderEliminar.Gracias
Desde que llegué a España hace más de 20 años no había visto alzas tan escandalosas.
ResponderEliminarEl tema que has analizado, está , yo creo, en boca de la mayoría en estos últimos tiempos.
ResponderEliminarEl poder adquisitivo se nos reducido ampliamente.
Costar/Valer dos conceptos distintos y enemistados muy a nuestro pesar.
Montse Casas
No queda otra que cambiar nuestras decisiones de compra. Es lo que modificará esta situación. Lo de siempre oferta/demanda.
ResponderEliminarFelicidades gran escrito
ResponderEliminarSi tenemos en cuenta que el aumento de precio respecto al mismo producto adquirido en fechas anteriores no es una cifra imaginaria sino la cantidad de más que pagamos en dinero constante y sonante con cargo a nuestro bolsillo, llegaremos a la conclusión de que no estamos hablando de entelequias y que este incremento ha ido a parar al bolsillo de alguien; no ha desaparecido.
ResponderEliminarExiste un fenómeno llamado especulación que se define como "hacer operaciones sin producir ningún bien ni servicio con ánimo de obtener pingües beneficios". Pues bien, creo que este es el motivo de la mayoría de subidas de precios.
Dominar el mercado mediante grandes concentraciones de capital; acaparar y distribuir productos necesarios; traficar con necesidades sociales como la vivienda o la alimentación;
y aprovechar todos los mecanismos que ofrece, ya a nivel de consumo el mercado familiar, para obtener un sobreprecio, especialmente patente en determinadas festividades, cuando objetivamente no existen razones que lo justifiquen.
Este deporte lo practican, con indudable éxito, desde los propios estados, hasta las grandes multinacionales, los fondos de inversión, las empresas de diversa actividad, y hasta los pequeños comerciantes, y, siempre acabamos pagando los mismos.
Así será, mientras no le pongamos remedio.
Dicen los diccionarios: «Valor» es el precio que tiene una cosa cierta (1). En el DRAE: «valer», 'tener una cosa un precio determinado para la compra o la venta'. «Coste» es la cantidad cierta pagada por una cosa. En el DUE: «costar», 'ser pagada o tener que ser pagada una cosa con cierta cantidad'. Decía Etienne de Condillac que “una cosa no tiene valor porque cuesta algo, como se suele pensar, sino que cuesta algo porque tiene un valor”. Yo quiero dejar de gastarme mi dinero en cosas que cuestan (mucho) y simplemente no lo valen (o no valen tanto). Pongamos rigor ¡por favor!
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