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Solidaridad civil versus Indignidad política

¿Para qué tanta respetada comprensión, ¿Para qué tanta confianza depositada? ¿Para qué tanta presunción estimada? ¿Para quién la perra gorda? Viene a mi recuerdo en estos tristes días, las múltiples veces y a los lugares remotos, y hasta recónditos, donde nuestros profesionales de la seguridad y rescate, vienen acudiendo de siempre a la primera llamada de auxilio salvador. Allá donde nuestra sensibilidad tradicional para con las desgracias humanas, los españoles llevan su genética humanidad; allí donde la vida y las cosas de comer de sus semejantes están en peligro por indefensión ante los empates de la naturaleza, de acá acuden los nuestros. Qué estupendos y ejemplares nuestros compatriotas, con sus equipos materiales, sus perros, sus dotaciones profesionales y su desinterés personal.   Qué magnífica demostración de solidaridad, qué muestra silenciosa de caridad, qué dignidad de pabellón nacional en pechos y hombreras. Cuántas gracias merecidas.   Y hete aquí que en propia casa, en nu
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Soberbia y Orgullo (ida y vuelta)

Antes de decidirme a escribir lo que seguirá, quise plantearme la validez de coincidencias que, entre los valores aplicables a una determinada conducta personal, son adjetivados o denominados como de soberbia y orgullo , y pulsar su confusión, sinonimia o especificación, durante el uso coloquial común. Por ejemplo, si nos dicen que una persona tiene un comportamiento soberbio, normalmente estamos entendiendo que se califica así a alguien que actúa con cierta vanidad, que se jacta de su valer o ser ante los demás.   Pero si de otra persona nos explican la calidad, oportunidad o valor de algo meritorio propio de su hacer y lo catalogan como un soberbio trabajo, estamos aceptando que se le honra con esa expresión.   Si un determinado personaje, al explicarnos sus logros profesionales, personaliza en si mismo los éxitos de la empresa, pone por delante su aportación directa al positivo resultado o hace referencia a su preparación y listeza al efecto, lo tildaremos de orgulloso . Por el co

Por unas dosis de templanza

De vez en cuando, sobre todo cuando soy testigo de una escena o evento donde la compostura cívica está alterada, me viene a la memoria el recurso fácil de la cultura cristiana respecto de las virtudes.   Todas, cardinales , ya enunciadas por Platón y posteriormente adoptadas por el cristianismo y otras religiones, cuando de tratar sobre la moral se ocupan, y teologales , esa medicina espiritual para el alivio de la vida terrenal con sus contrariedades, merecen tenerse muy en consideración.   Y de esas otras siete más, las capitales, cuya práctica presupone corregir a sus homónimos “pecados”, que tanto envilecen las conductas desordenadas de los hombres.   De esas catorce maravillas disponibles para un ejercicio moral deseable -y hay algunas más- debiéramos todos, creyentes religiosos o respetables agnósticos, gente de bien o arrepentidos de actos impropios, sentirnos obligarnos a ejercitarlas.   Fue a principios de este verano, durante un encuentro de nuestro primer conjunto nacional d

Acerca del sentido del ridículo

Estoy viajando en un avión. Va lleno, 186 pasajeros. Variopinto grupo que, significativamente, mantiene un comportamiento colectivo muy de agradecer, de verdad, poco corriente.   Observando esa estupenda actitud, decido escribir y contar algo que se pueda desprender de ese ambiente y me ayude a describir un carácter o una condición que pueda corresponder a mucha gente.   Algo que, sin molestar, seamos o hagamos o, todo lo contrario, todos los humanos alguna vez, o más, y en diferentes situaciones.   Y se me ocurre hacerlo sobre el simpaticón sentido del ridículo.   La primera cuestión es diferenciar entre ser ridículo y tener sentido del ridículo. Porque alguien puede resultarnos ridículo y nosotros sentirnos de algo parecido, y que al otro no le afecte ni fu ni fa.   Trato de aclararme. Hay personas que, en su imagen y manifestación externas, prescinden de la impresión que puedan merecer al resto y deciden hacer o mostrarse a su gusto y manera, sin importarles el “qué dirán “ A otras

Plumitas

Plumitas Ayer murió mi pájaro. Periquito azul de 5 años. Juguetón y con carácter. Tastador de menús caseros. Crítico ruidoso ante la tele y fervoroso amigo del móvil. Nos conocía a todos de casa y creo que nos entendía. Sin ser manso, accedía a nuestros mimos y encajaba bien mis regañinas.   Fue un regalo de mis nietos para asociarse a mi viejo afecto por esos pájaros. Deriva de mi infancia, cuando tuve una bonita Pitita verde, que emparejé con un bonito macho azul y criaron descendencia que repartí entre amigos. A Plumitas le gustaba casi más estar fuera de su jaula que en su interior. Se acostumbró pronto a salir, merodear por la cocina y entrar a su refugio -nunca encierro- por cualquiera de sus dos puertas. Su casa, donde, además de sentirse seguro, se convertía a menudo en un jolgorio juguetón, tanto dentro como en su terraza exterior. Y nos divertía a nosotros. Sí, tenía sus juguetillos colgantes, sus amiguetes pacíficos y muy parados. Y picoteaba con fruición a un par de persona

En busca de la ilusión

A menudo, me planteo si referirnos a temas y acontecimientos que mayoritariamente son considerados poco favorables y hasta negativos para el común de los humanos, es consecuente y ayuda a la sensibilidad social, o no. El deseo y la suerte de cada cual están para presumir lo ideal de cada uno, y tentarlo cabe en cualquier apuesta que queramos hacernos respecto de conseguir algo. La suma de propósitos positivos de una colectividad requiere la comunión de su apetencia con la disposición a obtenerlo. Tal compromiso, no siempre ve la luz, sin embargo, cuando ocurre, significa un hito memorable realizado. He escrito alguna vez que las buenas noticias son escasas de aparecer y, contrariamente, parece que nos tengamos que desayunar con los acontecimientos perniciosos.   Como si necesitásemos que nuestro ánimo requiera una infusión suave de cicuta para estar al día de lo que pasa, aunque al mismo tiempo suframos moralmente con sus consecuencias. Ciertamente que las normas de vivir que nos hemos